Empieza el día, quizás acompañado del sonido de un despertador, te levantas, desayunas, a la ducha, vas andando, en metro, en coche, al trabajo o igual trabajas en casa, terminas y de vuelta, sales a la calle, haces las compras, si hay peques toca parque, aunque igual si tienes un perro vas ya a por la tercera salida del día, hoy recoges las verduras del grupo de consumo, o a lo mejor tiras a ver a las colegas en el bar de siempre, último paseito y para casa, que mañana será otro día.
Nuestra vida cotidiana se compone de miles de pequeñas acciones que a menudo se suceden en el espacio público, algunas las ejecutamos por inercia, como las que se relacionan con la rutina laboral, otras por convencimiento político, como la peregrinación por el barrio para comprar en el comercio de proximidad, otras suceden más excepcionalmente, pero todas ellas nos llevan a utilizar el espacio de diferentes maneras y reflejan un modo de relacionarnos con la ciudad, son nuestras formas de vida.
Y es que después de todo sucede que estos rituales del día a día, aunque nos parezcan pequeños o, en muchos de los casos, nos resulten invisibles, tienen la enorme trascendencia de sustentar nuestra vida, bien sea porque nos sostienen económicamente, nos nutren desde los cuidados o la inquietud personal, o porque nos llevan a participar como ciudadanxs en los espacios que habitamos. De ahí que la ciudad, como principal escenario de todos esos usos cotidianos, tenga que ser pensada para acogerlos. Pero ¿pone la ciudad esta cuestión de la vida cotidiana en el centro?, ¿verdaderamente está diseñada en función de esas necesidades?, ¿de qué manera responde a ellas?, ¿puede llegar a expulsarlas?
Siguiendo este hilo, la segunda propuesta del ciclo de Derivas urbanas que realizamos con Condeduque planteaba explorar El lado más cotidiano de la vida, acercándonos a la ciudad a través de los usos y los espacios del día a día. En esta ocasión el territorio a explorar era el entorno de la Plaza Mayor de Villaverde, un punto de partida con varias cuestiones interesantes. De una parte, el paisaje nos sumergía en las grandes transformaciones que ha tenido esta zona en las últimas décadas, su paso de pueblo de las afueras a barrio a las afueras de la ciudad, con todos los cambios que esto trajo para las dinámicas del espacio. Por otro lado, adentrarnos en un territorio entendido como periferia supone también sumergirnos en una parte de la ciudad que, al igual que la vida cotidiana, ha sido sistemáticamente invisibilizada pero sin la que, al igual que sucede con la vida cotidiana, el funcionamiento de la vida en la ciudad en su conjunto sería insostenible.
Desde ahí nuestro primer encuentro al ponernos a caminar nos lleva a uno de los temas que nos va a acompañar todo el tiempo: los modelos de vivienda, la construcción masiva de los años 60 y 70 que, a través de sus fachadas, nos habla del crecimiento de aluvión de estos territorios. En nuestras conversaciones imaginamos cómo será el interior de las viviendas y, a partir de la dureza de este modelo, nos preguntamos qué lleva a sus habitantes a trasladarse a estos barrios, algo que contrastará más adelante con la idealización que hacemos de las casitas bajas que encontramos en el camino y nos pondrá delante de nuestros pies la complejidad de este territorio.
Un giro en nuestros pasos, nos conduce a la primera sorpresa, la fachada del antiguo Cine Orpal, lo que nos recuerda que los cines fueron lugares clave en los barrios como espacios de ocio y socialización. En los barrios obreros proliferaron en los años 70 y 80, en Villaverde llegó a haber cinco, pero poco a poco el cine dejó de ser un ocio accesible y las nuevas salas que se multiplicaban en los centros comerciales de las afueras asfixiaron a los viejos cines, que ahora tiñen el paisaje urbano de una sensación agridulce a través de fachadas como esta, con su majestuosidad decadente.
Los usos del ocio van cambiando de lugar. Ahora en la ciudad hay un debate encendido sobre la hiper-proliferación de terrazas y la invasión del espacio público que esto supone, sin embargo, llama la atención que en lo que llevamos paseado este no ha sido uno de los paisajes que más hemos encontrado. De hecho, nuestros pasos nos llevan a un amplísimo bulevar ocupado casi enteramente por paseantes, lleno de bancos y con casi ninguna terraza. Puede que sea cosa de la misteriosa tortuga gigante y su compañera humana que parecen custodiar la entrada a este bulevar, como si fuesen sus guardianas.
A medida que va avanzando la mañana el barrio se va llenando de vida, lxs vecinxs aprovechan para hacer algunas tareas propias del sábado, como la compra, a la cual decidimos unirnos cuando nos encontramos con el mercado. Entrar en estos lugares siempre trae una explosión de sensaciones que no por ser cotidianas dejan de ser sorprendentes, los sonidos, los olores, los colores…. cada puesto dispone sus productos con una estética especial y recreándonos en estas composiciones nos dejamos llevar para chocarnos con uno de los grandes horrores contemporáneos de nuestra ciudad, ¡una menina!
Sin duda llama la atención que en vez de estar en lo que se podría entender como un lugar emblemático se encuentre arrumbada en un pasillo sin mucho tránsito de un mercado de la periferia, ¿un despiste, un traspapele, una venganza quizás? Debatimos aquí sobre esta iniciativa que el ayuntamiento considera como un embellecimiento de la ciudad y pensamos en las estéticas que nos gustan en el espacio público, para pasar a sumergirnos de nuevo en el bullicio del mercado y encontrarnos con una nueva sorpresa: la exposición de juguetes reciclados que la asociación de vecinos La Incolora ha montado en una Pollería-Huevería, a través de la que viajamos a un mundo pos-apocalíptico estilo Mad-Max en el que Barbie es la villana definitiva.
Nuestros pasos nos llevan a un gran anfiteatro que nos traslada a los debates de una de las derivas que compartimos el año pasado, Una deriva de andar por casa, en la que abordamos el tema de los modelos de vivienda. En aquella ocasión, visitando el edificio de la cooperativa Entrepatios, hablamos del espacio común, de sus implicaciones y complejidades. Y es que si bien nos reconocemos en el deseo de recuperar las relaciones vecinales que se dan en espacios comunes como las corralas y buscamos que nuestra vivienda nos facilite la mayor cantidad de servicios, al tiempo queremos mantener la privacidad y la independencia y en el roce con lxs vecinxs surgen conflictos, ¿cuál es la solución entonces?, ¿pueden nuestras viviendas responder a todas estas necesidades cotidianas?, ¿se está volviendo, bajo el modelo de la urbanización cerrada, a la idea de las comunidades autosuficientes que ya le explotaron en la cara a Le Corbusier?, ¿podemos volver a generar comunidad en espacios públicos situados en las inmediaciones de las viviendas?, ¿cómo equilibrar la convivencia y el conflicto?
El debate no deja de enredarnos en nuevas preguntas y se nos ha acabado el tiempo de caminar pero no las ganas de hablar, por lo que decidimos volver a la plaza donde empezó todo para ver si el paso de las horas ha transformado el lugar.
En torno a una mesa nos sumergimos en una nueva deriva, esta vez a través de conversaciones, y así cerramos un paseo por la excepcional cotidianeidad de Villaverde que nos llevó de la elegancia art-decó de un cine de otros tiempos al cuerpo del deseo nº7, de una tortuga desproporcionada a una menina trasnochada, de una barbie mutante a un puesto de mandarinas, del anfiteatro de un parque a reflexionar sobre la comunidad y su papel en la construcción del espacio público.
¡Muchas gracias a lxs caminantes que nos acompañaron!
¡Volvemos con las derivas en enero!