Este mes de marzo no sólo nos traía el florecimiento de la primavera, su transformación del paisaje, sus sonidos y olores, también nos llevaba a echar la vista atrás y hacer balance de lo que ha sido un año cargado de cambios inesperados que nos han hecho vivir la ciudad de un modo distinto. La séptima deriva del ciclo de Condeduque tenía lugar además justo el día en que se nos comunicaba la puesta en marcha del estado de alarma en nuestro país y el consiguiente confinamiento en nuestras casas, una situación que atravesó fronteras y nos llevó a través de una fuerte experiencia colectiva en la que la detención, del tiempo y en el espacio, nos hizo vivir y pensar los lugares que habitamos como no lo habíamos hecho antes.
Nuestras casas se convirtieron así en lugares de trabajo, ocio, sociabilidad… Fueron habitación, gimnasio, bar, parque, plaza… Y desbordamos sus cuatro paredes a través de la pantalla, desde las ventanas y los balcones, para conectarnos con otrxs, ya que en ese momento se nos hizo más claro que nunca que la interdependencia, los cuidados, el apoyo mutuo, la cercanía y el contacto son ingredientes esenciales para el sostenimiento de la vida, de nuestra salud y nuestro bienestar.
Lo que esto también puso en evidencia es que nuestras casas, y nuestro entorno más próximo, no tiene esa neutralidad que nos prometen los espacios en los que nos movemos en la intimidad, sino que, al contrario, se definen desde toda una serie de concepciones previas que establecen diversas jerarquías y segregaciones (de clase, género, territorio, etc.). Así, se nos hizo evidente que si queremos habitar la ciudad de forma distinta, cambiar nuestra formas de relacionarnos con otrxs, tenemos que empezar una revolución en nuestra propia casa.
Todas estas ideas fueron las que impulsaron esta “deriva de andar por casa”, y nos llevaron a empezar conociendo el edificio que Entrepatios ha llegado a construir en la zona de Las Carolinas, como primera promoción de proyecto de co-housing en la ciudad, un concepto de vivienda que ha llegado a Madrid de la mano de esta cooperativa.
Aquí nos recibe Nerea, una de las integrantes de la cooperativa y habitante del edificio, junto con otras 17 familias. Nos la encontramos en la puerta y nos cuenta mientras que en los balcones, adornados por el 8M con grandes pancartas moradas, van saliendo las vecinas a leer el periódico al sol, corretean lxs niñxs y juegan algunos perros.
El edificio es el resultado de un proceso de más de diez años de trabajo intenso en el que se han tenido que superar numerosos retos, desde conseguir el terreno para edificar o las vías de financiación, a definir el diseño del espacio de forma colectiva, teniendo en cuenta los principios ecosociales que fundamentan la cooperativa, es decir, basándose en un modelo de construcción que garantice la sostenibilidad ambiental (desde los materiales empleados, el uso de energía, etc.), y que favorezca el tejido de la comunidad que lo habita.
Por esto último, la construcción utiliza la estructura de la corrala, con balcones corridos que conectan las casas. También cuenta en sus bajos con espacios comunitarios como una sala de lavadoras, un jardín e incluso un local a pie de calle pensado para acoger actividades, no sólo de las vecinas del edificio sino también las que puedan proponer otras personas del vecindario, ya que para la cooperativa resulta fundamental establecer redes con el entorno.
Este diseño permite que los cuidados, del edificio, de la vida en su interior y de las vecinas, se colectivicen, organizándose a través de diversos grupos de trabajo que toman decisiones en torno a temas como los espacios comunes, el grupo de consumo, o los juguetes que se usarán en el patio (es el caso de lxs niñxs que tienen su propia asamblea). Podemos ver todo esto cuando pasamos al patio interior y, desde las gradas del espacio asambleario, observamos a un grupo de niñxs y adultxs trabajando en el jardín comunitario.
Salimos del edificio de Entrepatios con la sensación de haber viajado a otro lugar, porque en un entorno surcado de grandes carreteras y plagado de altísimos edificios de nueva construcción, esta pequeña corrala se nos presenta como un pequeño oasis bañado por el sol. Nuestra deriva desde ahí va marcada por un paso lento, y decidimos caminar carretera arriba encontrándonos en el camino con algunas construcciones llamativas. La primera, lo que deducimos que es una pequeña residencia de ancianos, en la que nos llama la atención que el espacio de césped del frente, a diferencia de lo que hemos visto en la corrala de Entrepatios, esté descuidado y se encuentre vacío. Bien curioso nos resulta también el edificio contiguo, la parroquia ortodoxa rumana de San Pacomio de Gledin, un espacio en el que, en contraste con la quietud total de la residencia, nos encontramos con el bullicio de un bautizo que acaba de terminar y que se prepara para la foto de grupo, en torno a un bebé vestido de terciopelo azul cielo y tocado con una larga pluma.
Todo esto sucede mientras sobrevuela nuestras cabezas un helicóptero que se acerca cada vez más, hasta aterrizar en el Hospital 12 de Octubre, cuyo perfil vemos aparecer tras la iglesia ortodoxa. Frente a él nos detenemos un rato para hablar de cómo un espacio dedicado al cuidado sigue teniendo habitualmente un diseño duro y poco amable, de la necesidad de replantearnos su arquitectura y su entorno, pensándolo como un espacio agradable que estimule el bienestar y rescatando otros modelos como el del jardín terapéutico.
Desde aquí nuestro movimiento se activa llamadxs por lo que nos parece un abismo tras las carreteras, lo que nos lleva a asomarnos a una enorme rotonda y a caminar por plataformas sobre inmensas vóas, con un skyline de Madrid al fondo en el que se recorta el inconfundible Pirulí. Nuestra huída del tráfico nos lleva a meternos de lleno en las calles de Usera, caminando ahora por medio de carreteras sin coches y pasando edificios rehabilitados gracias al Plan MA-DRE, un programa de ayudas para la rehabilitación de la vivienda en diferentes zonas de Madrid. Nuestro cierre del paseo no puede ser mejor, entre las casas bajas de la colonia de San Fermín, bajo árboles cargados de flores y en la tranquilidad de unas calles en las que se respira el ambiente de un pequeño pueblo.
A lo largo de esta deriva nos acompañaron las reflexiones en torno a nuestras formas de habitar los lugares, a cómo influye en nuestra experiencia la calidad de los espacios que nos acogen, sobre cómo su diseño determina no sólo nuestro bienestar sino también las formas de relacionarnos, desde la casa al hospital, de las residencias a las calles y plazas. Espacios que pueden ser empezar a ser reconquistados a través de las acciones que se despliegan en el poderoso terreno de lo cotidiano.
¡Gracias a lxs caminantes por acompañarnos en el primer paseo de esta primavera recuperada!
Yorumlar