En mayo llegaba el segundo taller de Caminar, el nodo que gira en torno a lo que hemos llamado mediación ambulante, que desarrollamos dentro del ciclo Caminar, clicar, desplazar junto a Desmusea y Felipa Manuela, en colaboración con el Área de Educación del Museo Reina Sofía, y desde el que buscamos indagar sobre otras formas de mediar desde el espacio y el movimiento.
Pensar en la mediación desde esta noción de lo ambulante implica partir de un planteamiento situado, es decir, colocar el cuerpo de forma consciente en un espacio determinado. Por ese motivo, este ciclo arrancó con el taller Transitar el espacio desde el cuerpo, que fue dirigido por la performer y coreógrafa Esther Rodríguez-Barbero y nos llevó a poner en marcha esta investigación desde la experiencia corporal, reclamando el cuerpo como la herramienta central desde la que conocemos nuestro entorno.
Desde ahí, en el siguiente taller del programa quisimos ahondar en otra de las vías que coloca al cuerpo en primer plano, en este caso, desde la percepción sensorial que llega por los canales auditivos. Para ello invitamos a la artista Sofía Montenegro, quien desarrolla su práctica entre el sonido, la imagen, el texto y las artes escénicas, y que desde hace unos años ha ido adentrándose en el terreno de la producción sonora.
En su presentación, Sofía nos cuenta que llegó a trabajar con el sonido casi por accidente, cuando se estropearon los archivos del vídeo de un proyecto, lo que dio lugar a que se perdiera la imagen pero que se conservaran los audios. Y lo que podría haber sido un desastre terminó convirtiéndose en un descubrimiento, al darse cuenta que no hacía falta contar con la imagen para que esta fuera generada en la imaginación desde lo que proyectan los sonidos.
Precisamente la ausencia de imagen es lo que permite evocar de forma más potente otro tipo de presencias y paisajes y Sofía utiliza el sonido para visualizar sin ver, explorando otros canales de construcción de imágenes que no pasan por el sentido de la vista y que incluso pueden influir en cómo percibimos nuestro entorno.
Pero no es fácil desprenderse de la necesidad, o más bien del imperativo, de mirar. No resulta sencillo abrirse a una percepción que llega desde otros canales sensoriales habitualmente colocados en un segundo plano. Es necesario primero hacer el gesto - cada vez más subversivo - de detenerse, hay que despertar ese tipo de atención a la escucha.
Para ello Sofía nos conduce a escuchar su pieza Ver venir, proponiéndonos una especie de reseteo desde el que poder abandonarnos a la calidad y cualidad sonora de los espacios. Se trata de un paisaje sonoro abstracto, pero cargado de resonancias que nos van sumergiendo en entornos y fenómenos naturales, pasamos del agua al fuego, del desprendimiento de grandes y pequeñas rocas a las tormentas, saltando a veces entre ellos de forma simultánea.
Con este proyecto Sofía nos presentaba uno de sus últimos trabajos y también algunos de sus intereses más recientes, como la experimentación con el espectro sonoro de los objetos, ya que produce esos paisajes sonoros a partir de objetos cotidianos, muchos de ellos de producción industrial, preguntándose ¿hasta dónde puede llegar la capacidad de evocación de los objetos cotidianos,?, ¿es posible que lo artificial pueda llevarnos a espacios, elementos, fenómenos naturales?
Está también aquí, por otro lado, su indagación sobre el poder de evocación y de construcción de imágenes y relatos que tiene lo sonoro, sobre su capacidad para incidir en las lecturas de lo que nos rodea abriéndonos a la magia y a la ficción. A menudo Sofía usa el sonido para alterar la percepción de lo que se observa, generando condiciones auditivas que intervienen la mirada y la imaginación de quien escucha, ¿qué separación hay entre lo que se ve y lo que se imagina? En esa grieta entre estos dos lugares es donde se coloca y se desarrolla el trabajo de Sofía.
Trabajar con la imaginación implica también trabajar con los imaginarios que rigen nuestra percepción del mundo, los cuales son modulados desde diferentes canales, desde la tradición, la memoria o el recuerdo a la cultura de masas, donde el cine tiene un peso fundamental. El cine es, de hecho, un referente central para Sofía. Hablamos de su lenguaje recorriendo proyectos que toman sus códigos para plantear desde lo sonoro distintas intersecciones entre la realidad y lo poético, jugando con los usos y ritmos del espacio y las técnicas de creación sonora del foley, traduciendo a sonido algo que sucede en la realidad, o generando un extrañamiento de lo real al utilizar el recurso de narrar lo que se ve para colocar la realidad en el filo de la ficción.
En el museo experimentamos con esas tensiones, entre lo real y lo ficcional o imaginativo, escuchando, y caminando, la pieza Penélope de día: construir una imagen. Penélope de noche: deshacer una imagen, un proyecto realizado como mediación de la exposición de Charlotte Johannesson en el Museo Reina Sofía.
Con esta obra, tras los sonidos abstractos de Ver venir, nos adentramos en otras propuestas de Sofía en las que la narración está presente como es el proyecto Barra de cinc, en el que la artista conversa en un bar sobre la historia que lo atraviesa, tanto a nivel colectivo como personal. En estos registros narrativos, que recogen conversaciones y lecturas de textos, también se escucha en ocasiones a la artista hablando del propio proceso de grabación, un gesto que busca hacernos ver que lo que se ofrece a nuestros oídos es una construcción.
Nuestro segundo día de taller nos llevó a salir del museo para seguir explorando lo que sucede en la intersección entre lo construido desde el sonido y un espacio determinado. Lo hacemos desde un recorrido por el río que tiene dos tiempos, una escucha de la pieza Volver al fondo, con la que arrancamos a caminar, seguida a continuación por una grabación de sonidos por el río.
En el paseo caminamos inmersxs en lo que escuchamos pero también nos movemos con el grupo, nos detenemos a veces, observamos el paisaje, jugamos con él… Más adelante seguimos con las grabaciones, hay quien decide hacerlo en solitario o quien decide juntarse, hay también quien decide no grabar nada y seguir abandonándose al placer de la pura escucha. Al final del camino nos encontramos para poner en común.
En nuestro punto de encuentro en Madrid Río nos espera un paisaje sorprendente, un territorio fronterizo en el que ciudad y naturaleza se cruzan, entre las infraestructuras urbanas y la vegetación, tenemos también fresas, cerezas y zumo fresco, y visitas espontáneas de conejos, patos o garzas. Así comenzamos a compartir lo vivido a lo largo del taller.
Han sido dos días intensos, porque abrirnos a la conciencia de lo sonoro multiplica nuestra experiencia del espacio, y todos nuestros debates giran en torno a la pregunta ¿qué pasa cuando el sonido cobra tal presencia y protagonismo? Hablamos sobre esto en varias direcciones.
Está por un lado lo que nos sucede en un plano físico, ya que el sonido puede generar sensaciones en nuestro cuerpo, pero también nos abre a una percepción sensorial de lo que nos rodea que nos permite sentir de una forma más consciente calidades táctiles del paisaje, como son, por ejemplo, el calor del sol o el roce del aire en nuestra piel.
Debatimos mucho también sobre nuestra relación con el sonido desde una sociedad en la que la visión ha tomado un papel predominante frente a todo lo demás, lo que ha ido atrofiando de alguna manera nuestra percepción de los espacios a través de otros canales. Tenemos clara la identidad visual de las cosas, pero ¿podemos identificar su identidad sonora?. Y ¿qué sucede si rompemos con la lógica oculocentrista?, ¿cuál es el poder del sonido frente al de la imagen? Para nosotrxs tiene que ver con el poder de evocación, la capacidad que tiene para abrirnos a la subjetividad y a la conexión con todo tipo de imaginarios, porque mientras que la imagen puede ser, en muchas ocasiones, ruido y dispersión, el sonido se nos presenta como enfoque y presencia.
Atendiendo a este tema de los imaginarios otra de las cuestiones en la que nos detenemos, tras nuestra experiencia en el río y la propuesta de recoger sonidos que nos hablen de este espacio es cómo desde lo sonoro aludimos a la imagen que tenemos de lo que es un río, ¿qué ideas compartimos?, ¿cuáles responden a una experiencia subjetiva y personal? En nuestro repertorio puede estar la conexión con un recuerdo o una cultura determinada, pero también con aquello que entendemos como “lo natural”, lo cual, siguiendo las ideas que apunta el post naturalismo, puede no tratar tanto de una naturaleza esencial sino de la construcción cultural que hacemos de ella.
Hemos vivido el taller de Sofía como un tiempo en suspensión, y es que para escuchar hay que detenerse, el cuerpo necesita tiempo para llegar a estar. Lo hemos hecho de forma individual y colectiva, en una potente experiencia que combinó la introspección con la atención conectada a lo que sucede alrededor. Caminamos solxs y en conjunto, generando entre todxs un sistema que dibujaba su presencia en el espacio de diferentes formas.
Recorrimos esos espacios intermedios que se generan en la tensión entre lo que se ve y lo que se escucha, entre lo que se da por sentado y lo que podría ser, en un gesto que recoge una de las claves centrales de la mediación cultural, la de abrir espacios en los que los establecido se ponga en cuestión para abrirnos a la posibilidad de generar otros relatos. Y todo ello lo hicimos desde el sonido, ese elemento que, como dice la directora de cine argentina Lucrecia Martel, nos rodea como un fluido elástico, es aquello que no podemos eludir, para lo que no tenemos párpados, y es así esa cosa que nos conecta atravesando nuestros cuerpos de forma inevitable.
Nos despedimos por ahora con este taller, pero seguiremos con el ciclo de Caminar después del verano con el taller de Tramas y subtramas urbanas, con Ruta de autor, y el de Ciudad-ficción, con Los Bárbaros. Hasta entonces, ¡feliz verano!
Fotografías de Begoña Solís y el grupo de aprendizaje de Caminar, clicar, desplazar.
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