Podemos caminar la misma ciudad de siempre y descubrir algo nuevo cada vez, sólo tenemos que jugar con la mirada con la que observamos el paisaje para conseguir que la realidad que nos rodea nos parezca extraña, inexplorada, cómo si fuera nuestra primera vez en este lugar. Ponerse en el papel del que no sabe nada del espacio por el que se mueve nos lleva a fijarnos en los detalles más pequeños, a atesorar cada elemento que descubrimos para interpretar lo que vemos y componer una historia desde ahí.
La deriva #9, titulada Gabinete de urbanidades, tomó esta idea como punto de partida y comenzó en el jardín tropical de la Estación de Atocha, un espacio que, desde su flora exótica, nos permite de alguna manera irnos de viaje y colocarnos en la posición del extraño, el explorador que se lanza a lugares remotos a coleccionar fragmentos de lo que encuentra a su paso para intentar traer una imagen de lo que ha encontrado a ese otro lado. Así surgen los wunderkammer o gabinetes de curiosidades, a partir de pequeños detalles secuestrados de sus lugares de origen para generar imágenes de lo exótico en los salones burgueses europeos.
Ese deseo de asomarnos a lo exótico y lo salvaje, pero siempre tratando de domesticarlo, ha sido una constante hasta nuestros días, y con él arrancamos nuestra deriva. En esta ocasión decidimos utilizar el recurso del dibujo, para detener nuestra mirada y tomar otros tiempos de estar en la ciudad. Así, en cada uno de los puntos de parada jugamos con captar a través del papel los detalles del paisaje que llamaron nuestra atención, de manera que al final del recorrido nos llevamos una pequeña colección en el bolsillo.
Desde ahí decidimos salir de la estación de tren y elegimos seguir el camino que marcan las vías. La primera sorpresa de este extraño lugar es un enorme objeto plateado que ocupa la esquina de una acera, nos recuerda a un quiosco de helado, pero ¿por qué lo iban a pintar de color plateado?
Seguimos nuestro camino y pronto nos llama la atención un edificio inmenso de estética ferroviaria, nos preguntamos por su uso y vemos que se trata de un colegio, pero ¿lo habrá sido siempre? Nuestras miradas recorren el edificio desde su puerta y su piso bajo hasta su tejado. Nos encanta cómo han usado el ladrillo para conseguir decorar el edificio y cuando despegamos nuestra vista y miramos al trazado de la calle, vemos que son muchos los edificios que usan este mismo recurso y decidimos perseguirlos, trazando una deriva que salta de ladrillo en ladrillo mientras nuestra mirada va cada vez más arriba, buscando detalles en cada fachada.
Esta fascinación por los detalles nos lleva a abandonar la línea de vías cuando el paisaje se transforma radicalmente, llenándose de modernos edificios de oficinas que transforman la imagen que teníamos de este lugar, pero sólo nos hace falta girar la calle para nuestros ojos vuelvan a verse atrapados por los pequeños detalles, pero también por grandes sorpresas. Tras una enorme puerta azul, asoma una escultura que ha perdido alguna de sus partes y que nos deja fascinados ¿qué hace esto aquí?
Algunas conocemos la respuesta, nuestra historia se ha cruzado de forma especial con este lugar. Para La Liminal fue uno de los descubrimientos de las primeras caminatas tras el confinamiento que acabó convirtiéndose en el germen de una propuesta muy especial, un recorrido sonoro que nos permitió explorar las formas de seguir caminando con otras personas cuando esto parecía imposible.
Esta memoria, pronto se acompañó de sonidos, los de los grupos que ensayan en las salas de ensayo de Metro ¡qué sitio más extraño! Como tenemos ganas de andar y seguir explorando este lugar, continuamos nuestro camino y nuestras miradas van cada vez más alto, fijándose en cada detalle, vuelven los ladrillos y se acompañan de azulejos que embellecen las vistas de los peatones cuando levantamos la mirada a los balcones, comienzan a aparecer todo tipo de decoraciones: flores, elementos geométricos, números, nos detenemos y dibujamos cada uno de ellos.
Las horas del día avanzan y cada vez hay más vida, aquellas fachadas vacías en las que sólo llamaban nuestra atención las decoraciones, empiezan a poblarse de personajes que también ocupan nuestros dibujos y cuando retomamos el camino toda esta vitalidad nos lleva al siguiente lugar, un mercado.
El mercado de Santa María de la cabeza está en plena ebullición, lo atravesamos con dificultad, con ojos de fascinación ante la variedad de tiendas y productos que nos recuerdan que ya apenas quedan mercados así. Sin embargo, este lugar parece estar especialmente vivo, tanto el mercado como sus alrededores son un hervidero de actividad que nos invita a seguir caminando un rato más.
Nuestra exploración nos lleva a descubrir nuevas fachadas fascinantes, plazas duras que apenas tienen sombra pero que aún así están llenas de actividad e incluso antiguas fábricas de harina que ahora son utilizadas como viviendas.
Cuando decidimos que ya tenemos bastante información sobre el lugar, revisamos nuestros dibujos y recopilamos todo lo que hemos encontrado. El paseo de hoy atesora muchos descubrimientos, de lugares en los que en realidad ya habíamos estado muchas veces, pero en los que a través de un gesto sencillo hemos podido encontrar un paisaje totalmente diferente al que conocíamos. Sólo hay que detenerse y mirar.
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