Lanzar una piedra a un lago tiene un efecto hipnótico, atrapa observar cómo las ondas se expanden por su superficie. Una vez que has lanzado una no puedes evitarlo, inmediatamente viene otra, y luego otra más... durante un buen rato. Cuando te marchas dejas tras de ti una huella en el fondo del lago, compuesta por todas esas piedras que han caído una sobre otra, y que conforman un lecho que acoge también las de otras personas que hicieron este gesto antes que tú.
Para comenzar nuestra segunda deriva, pensamos que esta idea podía trasladarse a la ciudad, que podíamos entender el terreno urbano como un inmenso lago cargado de piedras, de historias que con el paso del tiempo han ido generando en su superficie miles de ondas y estelas cruzadas. Por este motivo quisimos empezar a caminar desde el Templo de Debod, la construcción que se dice más antigua de Madrid, aunque en realidad no fuera construida aquí, sino trasladada piedra a piedra desde Egipto y recompuesta donde la encontramos ahora, en un lento proceso de ensamblaje de piezas.
En este puzzle de tiempos lejanos comenzamos a desplegar nuestras propias historias, aquellas que se enredaban con este lugar: el sitio donde venir a pasear cuando se hacía el pequeño viaje de los domingos, de Vallecas al centro, donde reunirse con amigos, amigas, amantes, donde ver el espectacular atardecer y su juego de luces con el templo, o donde asombrarnos por descubrir entornos todavía desconocidos de la ciudad. Pero también como un espacio en el que se proyectan capas del pasado y de la memoria, desde nuestra dolorosa historia reciente y el recuerdo del Cuartel de la Montaña al actual jardín que acoge un templo regalado, paseos y atardeceres compartidos. Todas estas historias están ahí latentes, conformando la ciudad y su entorno, y nuestra forma de vivirlo.
Desde ahí, bajamos la pequeña montaña y nos sumergimos en la deriva. Las circunstancias actuales nos llevaron a tener que hacerlo divididas en dos grupos, pero buscamos incorporar esto como otro elemento del juego, estableciendo una comunicación entre los grupos para generar una experiencia y un relato conjunto. Así que nuestras piedras en el lago se convirtieron esta vez en imágenes extraídas de las calles que atravesamos, y que fuimos compartiendo a través de nuestros móviles para cruzar nuestros pasos y reflexiones.
Comenzamos nuestro camino, y con él las primeras conexiones entre grupos. Ambos pensamos sobre cómo la ciudad se compone a modo de collage urbano, con edificios de diferentes épocas y estéticas que se yuxtaponen unos a otros a medida que avanza el tiempo en la ciudad. La pista nos la da un edificio que llama nuestra atención, la fachada podría ser del S.XIX, pero al encontrarse en obras vimos que esto es lo único que queda del edificio original, los ladrillos que dan a la calle siguen cargados de la historia del lugar, pero el interior se ha vaciado por completo para ser iniciado desde cero. Sobre el propio edificio parece haberse posado la última planta de otra construcción creada en otro lugar, quizás en un barrio de nuevo desarrollo. No sabemos qué hace ahí, pero nos lleva a pensar que este extraño fenómeno lo hemos observado en algunos otros lugares de la ciudad, quizás el más famoso, el Four Seasons de la Plaza de las Canalejas.
Los espacios por los que nos movemos parecen más destinados al tránsito que a la posibilidad de detenerse y estar en el espacio público. Aceras estrechas e itinerarios que a menudo se ven cortados por grandes calzadas donde los coches invaden con su presencia todo el espectro de la calle, haciendo difícil el paseo tranquilo y funcionando como pequeñas fronteras entre una acera y otra.
También son frecuentes en el barrio las enormes parcelas privatizadas por usos variados, desde el Palacio de Liria a la Universidad Pontificia, o los numerosos edificios del ejército que nos vamos encontrando y que nos dan la pista de en manos de quién suelen estar estas grandes extensiones de terreno dentro de la ciudad. La imagen de una exposición, encontrada en el camino, canaliza nuestro deseo de atravesar estos muros y poder movernos con fluidez por las calles.
Los ritmos urbanos aparecen una y otra vez en nuestros debates. Quizás están tan presentes porque observamos muchos que han sobrevivido, pero también porque vemos otros nuevos que venimos asimilando desde la primavera pasada. Algunos nos apelan a no parar en el espacio público, a no ocuparlo en nombre de la seguridad. Otros, por el contrario, se dilatan y nos piden pausarnos, una clara señal de ellos son las colas que vamos encontrando al paso y que se han ido convirtiendo en una escena habitual en nuestro día a día.
Vuelve el collage y el pastiche, las ondas del lago vuelven a conectarnos. Mientras unas se acercan a un paisaje impostado, donde se trata de emular una cierta autenticidad urbana con aires cool a través del graffiti fake, otras debatimos sobre como es posible que la estación de Porto Pi nos haya pasado desapercibida tantas veces, sin duda es una pequeña maravilla de la ciudad, pero el enorme edificio que tiene detrás la devora visualmente y la hace invisible. Aquí el collage ha servido para homogeneizar el paisaje y arrebatarnos el encuentro con esta arquitectura. Buscamos lo auténtico donde no existe, como un reclamo publicitario, y sin embargo, en muchas ocasiones, cuando existen esos espacios singulares que no es posible encontrar en ningún otro lugar, el despiste generalizado al que nos lleva el ritmo incesante en la ciudad, la invisibilidad con la que se viste el paisaje cotidiano, nos hacen pasarlos por alto.
Según avanza nuestro paseo, va cambiando poco a poco el paisaje. Las aceras se van haciendo más anchas, encontramos más árboles, un tejido comercial variado y con cierta solera, y en ambos grupos hablamos ahora de la calidad del espacio público, de la necesidad de espacios para estar que sean reconquistados a la invasión tirana del coche. Con estas conversaciones llegamos, por un lado, al parque que se encuentra junto al Centro Cultural Galileo, y, por otro, al bulevar de la plaza del Conde del Valle de Súchil. Nos alegra verlo lleno de personas de diferentes edades disfrutando de un espacio lleno de vida.
El sol ha salido y podríamos caminar toda la mañana, pero se acerca la hora del aperitivo y nuestro cuerpo nos está dando señales. Ha llegado el momento de parar, pero antes queremos lanzar al lago la última piedra y compartir a través de las ondas sonoras un mensaje que de nuevo se transforma en una historia personal, reflexionamos sobre qué nos llevamos de la deriva de hoy y lo compartimos como un collage de impresiones que queda conformado de esta manera:
Todos tenemos nuestro sitio
Madrid una ciudad para descubrir
Muchos cruces
Brutalismo y brutalidad en nuestra ciudad
¿Quién vivía en estas casas?
Espacio para todo, todas, todos
Recuperar la alegría de pasear y charlar a la vez
Mirar la ciudad con otros ojos
Deambular sin prisa
Re-recorrer mi barrio a través de los ojos de otras personas
Es imposible bañarse en el mismo río dos veces
Al final terminamos en la puerta de un bar
Los mensajes se cruzan, escuchamos las vivencias de lxs compañerxs, hoy no podemos sentarnos todxs juntxs, pero sin duda aún podemos compartir una caña y seguir buscando formas de encontrarnos y entretejer experiencias en las calles, ¡os esperamos en la próxima deriva!