Con la llegada de septiembre arrancaron de nuevo nuestras Derivas urbanas dentro del programa de Mediación de Condeduque, un espacio, el del cuartel, que fue punto de partida y el eje en torno al que orbitamos durante el primer ciclo de estos recorridos urbanos. A lo largo de diez meses este fue nuestro centro y nuestras propuestas de exploración se fueron extendiendo a su alrededor, en una espiral en la que resonaba a cada paso el modo en el que Madrid se ha ido expandiendo a lo largo del tiempo.
En esta segunda temporada, esa idea del centro sobre el que girar seguirá presente, pero multiplicándose esta vez para perseguir otros núcleos urbanos que siguen teniendo presencia en esta ciudad, a veces de forma más visible otras como lugares latentes. Se trata de espacios centrales que en muchas ocasiones no son percibidos como tales, pues las transformaciones del territorio han hecho que cedan su lugar a ese gran centro que habita el interior de la M-30 y que se nos presenta como el único posible.
Así, este año os proponemos pasear por esos lugares que hace no tanto fueron pequeños pueblos a las afueras de una ciudad a la que un día decidieron transformar en “El gran Madrid”, persiguiendo estar a la altura de otras grandes urbes europeas contemporáneas. Era el año 48 y el régimen comenzaba a abrirse al exterior por lo que necesitaba que su capital diera este paso y para ello tenía que apropiarse de esos pueblos que hasta entonces habían funcionado de forma independiente.
Todas esas anexiones supusieron un gran impacto para estos territorios, un choque entre los modos de habitar del rural y de la ciudad, la imposición de un modelo de crecimiento ajeno a las lógicas de sus vecinos y vecinas, y por encima de todo, una pérdida de independencia administrativa que transformó para siempre la identidad de esos lugares y las vidas cotidianas de sus habitantes.
Con el paso del tiempo vemos cómo ambas realidades han ido fundiéndose en el paisaje, de manera que los usos que las personas hacen del espacio están medidos por ritmos dispares que por momentos se sintonizan o chocan entre ellos. El ritmo acelerado de lo que en su momento se entendió como la periferia de la ciudad se impone en sus carreteras y medios de transporte, en el ruido permanente de las vías bajo los balcones, pero los ritmos pausados, silenciosos, propios de la vida de un núcleo pequeño sobreviven y buscan su hueco en la trama urbana.
Esta primera deriva, titulada Antes todo esto era pueblo, propuso caminar por la que fue la Villa de Vallecas y nos lanzó a explorar la diversidad de todas esas calidades urbanas. Para arrancar nuestro movimiento partimos de la antigua plaza, donde encontramos toda una serie de elementos que nos llevaron de viaje al pueblo que una vez fue este lugar, una iglesia al fondo, bancos bajo la sombra de árboles, hasta un campanario provisto de su propio nido. Todo alrededor nos transmite tranquilidad y nos da la pista de que los ritmos de nuestro paseo serán lentos, absorbiendo los sonidos, olores, el paisaje… incluso, nos acompaña en la plaza una mujer que está pintando en un lienzo el paisaje que tiene ante ella, y ¿qué actividad hay más pausada, lenta y reflexiva que la pintura?
Caminar por un territorio como Vallecas supone confrontarse con un imaginario compartido sobre este lugar. En las primeras conversaciones aparece su famosa estanquera innegablemente vinculada al imaginario de lo quinqui, surge la idea de las fronteras tanto reales como simbólicas, los grandes contrastes dentro del distrito, la idea de que a pesar de su rápido crecimiento esto sigue siendo el “Pueblo de Vallecas”. Mientras que hablamos de todo esto paseamos de hecho por un lugar repleto de casas bajas, ríos de agua y jabón que salen de las ventanas para hacer su caminito hasta la alcantarilla, cigüeñas que nos custodian y ojos curiosos que nos miran desde las ventanas.
Sin duda Vallecas es un territorio de contrastes y girar una esquina supone cambiar totalmente de paisaje para encontrarnos con enormes extensiones de bloques de viviendas que por su aspecto parecen ser de los años 60 o 70, algo que también está en las imágenes del lugar compartidas por el grupo, que reconoce a Vallecas como un entorno que creció demasiado deprisa, y en el que fueron levantándose grandes extensiones dedicadas sólo al uso residencial para dar cabida al gran crecimiento de población que experimentó Madrid, con la implicaciones que esto tuvo para la calidad del espacio público y de las dotaciones del barrio.
A pesar de todo esto nos llama la atención cómo en estas zonas la quietud sigue siendo la norma. Casi todo el espacio es de uso residencial, no encontramos comercios o plazas y bancos, de vez en cuando encontramos algún parque, pero también desierto ¿por qué? nos preguntamos. Observamos el parque y pensamos en la infancia y en como un espacio así podría ser disfrutado, sin embargo cuando miramos el uso que los adultos pueden hacer del mismo comienzan a aparecer distintas formas de entender cómo debemos estar en un lugar como el parque. Frente a un mobiliario que en los años 90 era generalizado, la típica mesa de ajedrez que permitía sentarse en grupo en torno a una mesa, vemos como los nuevos bancos aunque diseñados para dos personas, poseen una barra metálica en el centro que impide la posibilidad de que dos personas se sienten realmente juntas o bien que intenten juntarse para poder sentarse tres, además de por supuesto, impedir que alguien pueda tumbarse o adoptar una postura que se entiende como no apropiada para este lugar.
En nuestro camino seguimos avanzando por calles cuyo único uso es residencial, a menudo con trazados intrincados que a veces dejan pequeños recovecos cerrados casi siempre con verjas. Pronto nos damos cuenta de que las verjas no sólo están cerrando estos lugares, sino también a menudo las ventanas más bajas, lo que nos lleva a pensar en la seguridad del espacio y a debatir sobre las grandes brechas entre la seguridad real y la percibida, la cuál suele ser más precaria debido a todos los mecanismos del miedo al otro que despliegan nuestras ciudades y los medios de comunicación.
A estas alturas del paseo, ya hemos descubierto que la presencia de una pintora en la plaza se debía a un concurso de “Pintura rápida”, lo que se nos presenta como una metáfora del tipo de paisaje que estamos observando, frente a los ritmos lentos de los modos de habitar en torno a la iglesia, de repente nos encontramos con una ciudad rápida, en su crecimiento y en sus modos de vivir.
De nuevo, al girar la esquina nos vamos a encontrar con un nuevo paisaje totalmente diferente a lo que hemos visto. De lejos observamos que hay una gran masa verde y podemos ver a gente paseando, otra sentada en terrazas... parece animado y decidimos acercarnos. El bulevar nos impresiona tanto por su calidad, un espacio verde y amplio como por la gran cantidad de gente que hay habitándolo de distintas maneras. La diversidad de edades y usos nos hace darnos cuenta de que la falta de ajetreo en otras calles, que hemos interpretado como falta de vida en el espacio público, era una ficción. En este barrio la gente sigue habitando el espacio público de una forma rica que recuerda a los pequeños núcleos de población. La plaza no ha dejado de existir, sólo se ha desplazado.
¡Muchas gracias a las personas que nos acompañaron en este arranque de temporada! Volvemos con las derivas en noviembre ¡os esperamos!