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Derivas Liminales: #4 Escapada Imprevista

“Estamos entre dos mundos. Uno lo reconocemos y el otro todavía no existe”

Guy Debord

Con la puesta en marcha del grupo situacionista en el París de finales de los años 50, un grupo de jóvenes artistas y activistas se lanzaron a la búsqueda de una fusión radical entre lo político, lo artístico y la vida. En aquel momento de despegue voraz del capitalismo una de la revelaciones más importantes del grupo fue identificar que era precisamente en la vida cotidiana, en el tiempo libre y los momentos de ocio, donde se desarrollaba la gran batalla contra la imposición de unas nuevas dinámicas vitales orientadas a capitalizar nuestra existencia en todas sus dimensiones. Y para ellos esta lucha de intereses se libraba claramente en el escenario donde se despliega la vida contemporánea: la ciudad.

Por todo esto los situacionistas desarrollaron una serie de estrategias que tomaban el tiempo de ocio en el ámbito urbano como campo de experimentación para la conquista de libertades, la deriva fue una de las principales. Las derivas situacionistas se activaban a través de propuestas como la orientación por la ciudad con un mapa de otra ciudad, la llamada “cita posible”, que consistía en pedirle a una persona que se presentara sola en un momento y un lugar precisos sin que hubiera nadie allí con quien encontrarse, o el hacer auto-stop en París durante una huelga de transporte público. Se trataba por tanto de propuestas de exploración espacial que partían del azar y de lo lúdico, entendiendo que desde el juego se abrían múltiples posibilidades para la construcción de otras realidades. Nuestra cuarta deriva tomó este principio como punto de partida.

En esta ocasión habíamos planteado un plan de escapada de la ciudad ya que nuestro paso, en la deriva anterior, por Chamartín, con su asfalto omnipresente, sus vías y obstáculos urbanísticos varios nos había traído una y otra vez a las conversaciones propuestas de lugares alternativos en Madrid frente a ese modelo de ciudad antipersona. La huida fue uno de los principales deseos surgidos en el paseo.

Precisamente ese deseo de huida es el combustible principal para el gran motor de la industria turística, nuestras ansias de fuga alimentan sus ofertas, nos espolean hacia su consumo, y quedan modeladas a través de sus packs de experiencias que prometen satisfacernos todo tipo de impulsos. Tenemos escapadas románticas, escapadas rurales, escapadas gastronómicas, escapadas de shopping, escapadas urbanas y culturales… el abanico es realmente extenso. Pero ¿qué puede suceder si nos planteamos una escapada sin saber qué buscamos satisfacer, sin saber qué encontraremos, sin saber ni siquiera a dónde vamos? Esta cuarta deriva, la escapada imprevista, proponía adentrarnos en todas estas incertidumbres y jugar con ellas.

Nuestro punto de encuentro fue la estación de Atocha, desde ahí el plan era tomar un cercanías hacia algún lugar, pero esta vez la decisión no estaba en nuestras manos sino en las del azar: un juego de dados eligió nuestro destino, y finalmente nos condujo al tren hacia Cercedilla, parada Mirasierra ¡allá íbamos!

Excursión en el tren, animadas conversaciones, paisajes urbanos que se sucedían (pasamos por Chamartín, esta vez montadxs en las vías que en la deriva anterior veíamos desde el otro lado del muro) y, cinco paradas más tarde, llegamos a nuestra meta.

La estación de cercanías de Mirasierra coincide con la parada de metro de Paco de Lucía y de la mano de Adela, una amante del arte urbano, bajamos a la estación de metro para observar el mural dedicado al músico que ha realizado el artista urbano Okuda. La visión de este trabajo nos llevó a hablar sobre algunas de las paradojas a las que se enfrenta este tipo de producción artística, nacida como una expresión de corte ilegal que toma la ciudad como alternativa a los espacios del arte institucionalizado y que ha sido transformada en los últimos años en todo un atractivo, impulsado desde las instituciones, capaz de resignificar ciertos espacios gracias a la marca de modernidad que se le asocia. Desde este punto de vista un artista como Okuda se nos presentaba más bien como marca o como empresa. Frente a esto se comentó el interesante posicionamiento del artista urbano Blu, quien decidió eliminar sus murales en distintas ciudades para rebelarse contra su posible intrumentalización por parte de la institución o de intereses capitalistas.

Visto el mural salimos al exterior, comenzaba nuestro paseo. Ante nosotrxs se presentaban tres caminos posibles, tomamos finalmente el que bordeaba las vías para dirigirnos hacia una extraña torre que llamó nuestra atención. Algunxs de lxs participantes no conocían de nada la zona de Mirasierra, otrxs, como Pedro o David, al menos la habían transitado de paso, pero la tenían asociada con un lugar puramente residencial de poco interés. Por eso ya empezó a ser llamativo que en el camino nos fuéramos encontrando con hierbas aromáticas o que tuviéramos que subir por lugares que parecían comenzar a sacarnos de la ciudad.

En el camino nos encontramos algunos sitios peculiares, como un inmenso edificio tomado por la compañía Heineken en el que no encontramos cerveza sino una invitación a marcharnos. La calle en principio no se presentaba muy prometedora, dúplex a un lado, edificios residenciales a otro y, de repente, una pequeña carretera que conducía a un lugar desconocido, por allí decidimos continuar, gracias, todo hay que decirlo, a la curiosidad atrevida de Adela y Aneta, nuestras caminantes más audaces y avanzadilla de base ante todos nuestros retos exploratorios.

Fue justo en este punto cuando verdaderamente comenzó nuestra escapada… Subiendo la cuesta el verde de los árboles nos iba rodeando, ciertamente parecía que la ciudad iba quedando atrás, para Agustina esta sensación era clara y casi le parecía que al seguir caminando pudiéramos llegar al mar (¡el gran deseo frustrado de todxs lxs madrileñxs!). Un poco más allá, banderillas de fiesta colgadas en los árboles nos introdujeron en una fiesta de cumpleaños, habíamos llegado a un colegio y también… ¡a la torre que buscábamos!

La arquitectura era bastante extraña y no pudimos resistirnos a buscar alguna información descubriendo que, aunque actualmente el edificio es un colegio de la Fundación A la Par, originalmente fue un hospital de corte religioso que atendía a leprosos y se construyó a finales de los años 40. Pero ¿qué era la Fundación A la Par? Seguimos leyendo para descubrir que es una organización, fundada a mediados de los 90, que desarrolla una labor de educación profesional adaptada y funciona como centro ocupacional para jóvenes con necesidades educativas especiales y en riesgo de exclusión social. Aunque entonces no sabíamos bien cómo planteaban este trabajo nuestra deriva estaba a punto de descubrírnoslo.

Frente a la torre nos metimos en un jardín frondoso, es el jardín solidario Fundaland, también de la Fundación A la Par, donde encontramos camas elásticas, mesas y bancos para picnic. Ese día sólo se abría para fiestas de cumpleaños así que tuvimos que seguir adelante. En este punto parecía que sólo nos quedaba explorar un parking que creíamos acabado unos pasos más allá, merodeamos indecisxs, sintiendo que alguien nos podía echar en cualquier momento, pero decidimos jugar la carta del despistado y seguir explorando hasta que algo o alguien nos lo impidiera. Lo bueno es que este tope no sólo no llegó sino que nuestro paseo errático nos fue llevando a distintos escenarios a cada cual más sorprendente.

Y es que superado el parque se desplegó ante nosotros una explanada con una visión peculiar: el perfil de las Cuatro Torres (por primera vez las estábamos viendo desde el otro lado) recortándose junto al de un castillo de madera que, a modo de fuerte de cuento, se erigía ante la vista. No pudimos resistirnos a entrar y pasearnos por lo que finalmente se nos desveló como un campo de paintball. Llegados a este punto fue curioso que las conversaciones empezaron a desvanecerse, no había ya tanta urgencia por comentar y analizar todo sino más bien ganas de dejarse llevar por el disfrute de ese paisaje surrealista bañado por el sol de la tarde. Posamos en el castillo, buscamos bolas de paintball por el suelo, cogimos flores, gastamos bromas…

Hasta que nuestra intrépida Aneta nos llevó a la siguiente sorpresa: un almacén de sacas de correos provenientes de todo el mundo, Japón, El Vaticano, Canadá… pero ¿qué hacía aquí todo esto? (más adelante descubrimos que era una de las actividades ocupacionales de la fundación que convivía con los talleres de carpintería o, el mejor de todos, el taller de producción de chuches)

De repente nos habíamos sumergido en otro paisaje completamente distinto: una serie de naves industriales pintadas por distintos artistas urbanos (de nuevo Okuda entre ellos). Caminamos tras las naves hacia lo que parecía el final del camino, pero no, quedaban más descubrimientos, y así, llegamos al absolutamente espectacular Huerto de Montecarmelo. Cruzar sus puertas fue un verdadero salto a otra dimensión, y a pesar de que las Cuatro Torres seguían apareciendo allá a lo lejos enseguida pudimos sumergirnos en sus miles de pequeños paseos entre verduras y flores de todo tipo. Por un lado y otro nos pasaban personas inmersas en el cultivo y una mujer (con un puerro en el bolsillo) nos explicó que las parcelas se alquilan a vecinxs para apoyar a la Fundación, algunxs cultivan ellxs mismxs la tierra pero también las tierras son cultivadas por lxs chicxs de la Fundación.

Se respira tranquilidad, vuelan mariposas entre las flores, el sol se vuelve rojizo y empieza a caer la tarde… las cervezas nos llamaban y cayeron enseguida en el bar de la piscina que, siguiendo la tónica del paseo, se nos desveló por sorpresa a la vuelta de la esquina. Tras esto, vuelta a la estación y a la realidad madrileña, de camino: el paisaje nocturno de las Cuatro Torres iluminadas, el camino a oscuras entre los arboles, el canto de los grillos y, a lo lejos, el sonido de una verbena “de pueblo”… así terminó nuestra deriva.

Quién lo hubiera dicho, nuestra escapada imprevista estuvo plagada de sorpresas increíbles e inesperadas, y se fue conformando como un auténtico viaje a otro lugar en el que los ritmos frenéticos de la ciudad, el calor del asfalto, los grandes edificios quedaron muy atrás para dar paso a una tarde de descubrimientos con sabor a vacaciones, ¿el azar de los dados nos había sido tan favorable de forma gratuita o quizás nuestra predisposición al juego había facilitado abrirnos a esa experiencia? Quizás después de todo la clave podría ser, como señaló Adela, que colocarnos en esa posición de exploración nos había permitido recordar algo de lo que nunca deberíamos olvidarnos: que jugando a abrir nuestras miradas al asombro podemos encontrar una y otra vez miles de mundos en una sola ciudad.

No podíamos imaginar una mejor despedida de temporada, como siempre muchas gracias a lxs exploradorxs que nos acompañaron en esta ocasión, ¡feliz verano y hasta septiembre!

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