Cuando nos planteamos el desarrollo de las Derivas Liminales teníamos como objetivo principal caminar en colectivo por distintos lugares de Madrid, atendiendo a las historias que nos traían distintos territorios. Y el hecho de que estas exploraciones se desarrollen sin una hoja de ruta prefijada, sin una mediadora que proponga la lectura y el hilo de los pasos, hace que desde un primer momento se disparen las historias que cada unx trae consigo, relatos que se activan y se enredan entre ellos y con los lugares caminados.
La riqueza de las conversaciones compartidas durante los paseos nos llevó a decidir que la temática de partida y el lugar a explorar en cada deriva iba a ser extraída de los debates surgidos en la anterior. De esta manera, el paseo por el Madrid turístico y las conversaciones en torno a las diversas capas históricas de la ciudad nos llevó a buscar en la siguiente deriva arqueologías de la vida cotidiana por Vallecas, y a su vez, desde los debates sobre la vida obrera y las colonias de trabajdorxs que tuvimos entonces surgió la idea de irnos a caminar Chamartín, un lugar donde se concentran muchas de estas colonias.
Al igual que Vallecas, Chamartín fue un municipio anexionado a Madrid a finales de los años 40, siguiendo el objetivo del régimen de crear el Gran Madrid, una gran ciudad que pudiera competir con el resto de capitales europeas. Hasta ese momento la zona ya había ido albergando toda una serie de colonias profesionales, ya que desde principios del siglo XX aquel municipio de Chamartín de la Rosa fue uno de los sitios predilectos para la ubicación de este tipo de construcciones. Con el tiempo, a este modelo de vivienda se sumarían nuevos bloques residenciales, los rascacielos y las grandes arterias de la ciudad, que llegan con la expansión de Madrid y el desarrollo del parque empresarial de las Cuatro Torres Business Área. A día de hoy el entorno es un lugar cargado de fuertes contrastes, en el que el urbanismo más agresivo y fagocitador convive con pequeñas construcciones que nos hablan de otros ritmos de vida. Nuestra intención con esta deriva era ir precisamente a la búsqueda de esto último, para observar cómo estos modelos resistían frente a ese crecimiento de la ciudad marcado por los dictados de la productividad capitalista.
Nuestro punto de encuentro fue la plaza de Castilla, junto a las impresionantes (¿amenazadoras?) Torres Kío. Esta vez éramos un grupo bastante diverso, algunxs vecinxs del barrio, otrxs venidxs de otras puntas de Madrid, otrxs completxs desconocedorxs del lugar… caras conocidas y algunas nuevas, y muchas ganas de caminar y descubrir ese otro Chamartín que respira “a la sombra de los gigantes”.
Como punto de partida el espacio que nos rodeaba se nos presentaba como un ejemplo abrumador de un proyecto de crecimiento de la ciudad que hundía sus raíces en el periodo franquista y al hilo de esto Ana nos habló de cómo el deseo por hacer de Madrid una gran metrópolis, siguiendo un planteamiento de administración territorial fuertemente centralista, llevó incluso a extender a coches de municipios cercanos su matriculación como madrileños, como si la ciudad se agrandara de alguna manera haciendo rodar por las carreteras emes y más emes madrileñas.
Pensando en aquellos municipios hablamos de los muchos impactos que éstos sufrieron por su cercanía o por su anexión a la gran ciudad central, tanto a nivel de configuración espacial como de identidad. Porque con estas transformaciones muchos pasaron, como señalaba Pedro, mencionando el caso de Alcorcón, de ser pequeños pueblos a convertirse en ciudades dormitorio con ritmos totalmente alterados.
Decidimos entonces ponernos en marcha, a la búsqueda de una calle conocida por Marga, vecina del barrio, donde, según nos contaba, parecíamos trasladarnos de la gran ciudad a un pequeño pueblo. Queríamos verlo y hacia allí nos dirigimos, atravesando el parque que queda tras el Centro de exposiciones de Arte Canal. Habíamos pasado del “desierto del Gobi” de asfalto a un respiro verde, aunque aún entre las ramas de los árboles nos seguían acechando las moles Kío.
La llegada a la calle Rodríguez de Jaén fue, como había prometido Marga, un verdadero viaje en el tiempo y el espacio. Comenzaba con un solar cargado de amapolas y seguía con toda una serie de construcciones bajas hechas de materiales baratos, un paisaje arquitectónico que a Yolanda le recordaba el de algunas zonas de la huerta en Murcia ¡Habíamos pasado del acero y el cristal a ladrillos y estructuras de autoconstrucción hechas con materiales reciclados! La cosa empezaba bien, pero no sabíamos todavía que esta decisión había dado un giro definitivo a nuestro paseo.
Enseguida las casas bajas dieron paso a los grandes edificios, en el horizonte volvieron a perfilarse las Cuatro Torres, cuya vista quedaba atravesada por una enorme carretera elevada, el paseo con árboles fue remplazado por vallas a un lado y muro al otro. Más allá del muro quedaba el paisaje de vías de la estación de Chamartín, y su visión trajo a nuestras conversaciones las peticiones vecinales que desde largo tiempo atrás llevan exigiendo la resolución de proyectos urbanísticos, como el Plan de Chamartín, para la mejora de estos espacios.
Muro, vallas, carretera, vías... de repente el fluir del paseo parecía hacerse imposible, no nos quedaba más remedio que atravesar la estación para seguir adelante. Y mientras subíamos escaleras y caminábamos al lado de carreteras, cobijadxs por la sombra de pasadizos que corrían sobre nuestras cabezas, hablábamos de aquellos agresivos modelos del urbanismo de otros años que planteaban la construcción de pasos elevados de vehículos - los famosos scalextric - sin ningún tipo de atención a los impactos espaciales y medioambientales que tenían en su entorno. Curiosamente durante algún tiempo, estas infraestructuras eran motivo de orgullo, símbolo de una ciudad moderna, y fueron incluso utilizadas en postales como ésta para promocionar turísticamente la ciudad. Precisamente una postal de uno de estos modernos horrores fue la que la abuela de Ana le envió desde el norte en una ocasión cuando ella era niña.
Nos encontramos así frente al centro comercial, el Bowling de Chamartín y las carreteras, sin paso de peatones, ni tan siquiera aceras ¿dónde estaba aquí el espacio para lxs caminantes? No había más opción que cruzar hacia lo que parecía la única vía de escape: el puente que atraviesa las vías de Chamartín.
Calor, carreteras, calles desiertas que no ofrecían ningún tipo de resguardo a la sombra, y en el camino, la visión de un pequeño oasis: el azul celeste de la piscina de una urbanización cerrada. Allí dentro parecía moverse algo de vida, niños que jugaban en el agua, pero nosotrxs estábamos fuera, en la calle, y todo parecía indicarnos que ese no era lugar para estar. Hablamos entonces de los modelos de ciudad norteamericanos, con calles sin aceras y espacios diseñados para los coches, donde el paseante es incluso considerado un merodeador potencialmente peligroso. Ciudades como Los Ángeles, con un concepto de urbanismo también exportado a otras de Latinoamérica, como Santiago de Chile, como Bogotá, pero ¿acaso no estábamos caminando aquí, en Madrid, por ese mismo tipo de espacio?
Un último y sorprendente descubrimiento nos esperaba en el camino, entre carreteras, más rascacielos, más cristal, más acero y más grandes empresas: la Katholische Gemeinde Deutscher Sprache o Parroquia de Santa María, una de las iglesias de habla alemana en la ciudad. Y este encuentro nos llevó a preguntarnos ¿tantos alemanes hay por aquí?, ¿se concentran en alguna zona de Madrid?, ¿es Chamartín el foco de esta comunidad?, ¿quizás la Iglesia de San Antonio de los Alemanes en Malasaña podría ser otro de los testigos de su considerable presencia en Madrid desde tiempo atrás? Del lugar nos quedamos con algunos datos más: detrás de la iglesia, como nos descubrió Pedro, se encuentra el Museo Efe, uno de los pocos museos de periodismo del mundo, y, por otro lado, el mismo edificio de la iglesia alberga el centro de Formación Empresarial Dual Alemana y acoge en septiembre parte del recién importado Oktoberfest, ¡ahí es nada!
Con esto nuestra deriva estaba llegando a su fin, restaba la búsqueda de la cerveza, y encontrarla no fue tarea fácil… camino bajo el sol, a lo largo de la carretera y de las verjas de numerosas gate communities, sin nadie alrededor al que poder preguntar... pero, a pesar de todo, ¡finalmente apareció el bar salvador!
Lo que en esta deriva se nos hizo más que evidente es que por muchos de los espacios de Chamartín ese caminar a la deriva, sin tener un rumbo claro, se hacía verdaderamente complicado, porque como en ningún otro lugar de los que habíamos paseado hasta el momento el diseño espacial se nos impuso de una forma bastante autoritaria, y finalmente nos condujo más que a caminar siguiendo nuestros deseos, a movernos en función de las posibilidades que nos dejaba el espacio. Después de todo “los gigantes” no nos dieron mucha tregua, de manera que en lugar de orientamos nosotrxs de una forma algo más libre, la ciudad nos dirigió, lo que, por otro lado nos permitió experimentar más fuertemente que en ninguna otra deriva el tremendo poder del urbanismo para condicionar los usos y las maneras de ser y de estar en el espacio público.
¡Mil gracias al equipo superviviente que nos acompañó en esta ocasión y hasta la próxima deriva!