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Derivas Liminales: #1 Madrid (Im)prescindible

El pasado mes de abril inauguramos la primera de nuestras Derivas Liminales, un ciclo de recorridos que se sucederán el tercer sábado de cada mes y desde el que os proponemos compartir paseos que parten de una propuesta temática y que van tomando forma sobre la marcha, en función de lo encontrado en el recorrido y de las decisiones que el grupo va tomando en cada momento.

Para esta primera deriva, que titulamos Madrid (Im)Prescindible, os proponíamos recorrer el “Madrid de postal”, de hecho, la idea surgía a partir de la propia oferta turística de la ciudad y su visita estrella: el “Madrid Imprescindible”, una ruta que recorre “todo aquello que no te puedes perder”, pasando por una serie de puntos reseñados como importantes que también tienen su reflejo en el mapa turístico de la ciudad. Lo que no está señalado en este trazado urbano diseñado para el visitante termina desapareciendo en el tránsito por las calles y nuestra intención con esta deriva era precisamente pasar a ese otro lado, buscar el Madrid no relevante y preguntarnos ¿qué es imprescindible?, ¿para qué o para quiénes?, ¿en qué criterios nos basamos para determinar lo que es esencial y lo que no en una ciudad?

El punto de partida fue la Plaza de la Villa, lugar donde coincidimos con muchísimos grupos turísticos de todo tipo, pero nuestra idea era buscar otro tipo de caminos… Comenzamos por ello eligiendo la dirección que nos parecía menos turística, lo que nos llevó hacia la calle Madrid, una calle pequeña y casi escondida donde encontramos una placa que nos daba un dato peculiar: la altura de ese punto sobre el nivel del mar.

Fotografía de Federico García

Informados de nuestra posición con respecto al lejano mar dimos a parar a una pequeña plaza, una de las muchas sin nombre de la ciudad, cuyo aspecto nos llamó la atención con respecto a la estética general de la zona. Se trataba de una plaza dura que estaba desmantelada por las obras y que contrastaba fuertemente con la que acabábamos de dejar, parecía como si hubiéramos pasado a la parte de atrás de aquel escenario de la Plaza de la Villa preparado para la foto del visitante. Del cruce con grupos turísticos y la escucha de retazos de las historias contadas por sus guías surgió la idea de realizar una “deriva cotilla”, hilando los pasos a través de lo escuchado en las calles, un experimento con el que, según nos contó Federico, el escritor Antonio Múñoz Molina ha compuesto su libro Un andar solitario entre la gente, ¿quizás la propuesta para una próxima deriva?

Curiosamente junto a esta plaza discurría uno de esos jardines ocultos muy propios de esta zona, los jardines del Palacio del Marqués de Camarasa, muy cercanos, como señaló una de las caminantes, a los jardines del Huerto de las monjas. En ambos casos se trata de espacios de acceso limitado por lo que en esta ocasión nuestra exploración se quedó en sus puertas enrejadas.

Seguimos entonces hasta la parte de atrás del monumento dedicado a las víctimas del atentado contra Alfonso XIII. Y mientras observábamos en la distancia el movimiento de alrededor, situadxs frente a la ventana desde donde Mateo Morral lanzó la bomba al séquito real (desde una cuarta planta), compartimos todo tipo de historias sobre el suceso, algunas aprendidas, otras escuchadas por ahí, algunas ciertas otras quizás no tanto.

Los pasos nos llevaron a seguir una ruta improvisada que llamamos “el Madrid cuesta abajo” y que nos llevó a descubrir el lugar donde se encontraba una organización masónica, y, más adelante, una vista inusual del Viaducto de Segovia, lugar donde compartimos de nuevo muchas historias que iban desde su valor histórico a su leyenda negra, pasando por su evolución en los últimos años como refugio de personas sin hogar.

El camino cuesta abajo volvió a imponerse para llevarnos primero a uno de los restos de la muralla árabe, escondido en los bajos de un edificio e inaccesible, y después, ya rodeados otra vez por grupos de turistas, al parque de Mohammed I, entorno donde se mezclan las referencias de pastiche a un pasado musulmán casi borrado de la ciudad y donde conseguimos entrar, por primera vez para todxs. La vista de los alrededores, con la Catedral de la Almudena y la mole gris del Museo de Colecciones Reales, todo un collage arquitectónico sin orden ni concierto, nos llevó a nominar estos lugares como verdaderos espacios prescindibles de la ciudad.

Hacia abajo seguimos, llegando ahora a un mirador con una impresionante vista de la ciudad, al fondo, según algunxs apuntan, se ve el barrio de Campamento, y más abajo, de nuevo nos encontramos con una pequeña plaza que nada tiene que ver con el parque de Mohammed I, un lugar descuidado, situado ya al otro lado de la frontera de los recorridos turísticos, donde reinaba el busto dedicado al músico Luigi Boccherini del que Julio, uno de los caminantes, nos contó algunas historias mientras sonaba en uno de nuestros móviles una de sus obras...

Tras Luigi Boccherini, y en otra pequeña plaza desierta y abandonada, nos encontramos a un Azorín olvidado.

Y todavía más abajo un extraño pozo enrejado al que nos asomamos todxs, consiguiendo que un grupo de turistas que pasaba por allí se asomara con nosotrxs, llamado por lo que podía ser otra de las atracciones de la ciudad que “debía ser vista”.

Después de todo, como no podía ser de otra forma, nuestra deriva nos condujo a un bar donde, comiendo tapas que mezclaban pinchos de chorizo y rollos de primavera, cerramos esta primera experiencia de la que os contamos algunas de nuestras conclusiones.

A lo largo del recorrido se produjeron muchas cosas interesantes, como el ritmo pausado del caminar sin rumbo, que ofrecía una percepción totalmente diferente del espacio. También el hecho de que la deriva venía dirigida por los deseos del grupo, todxs éramos muy conscientes de que estábamos buscando una mirada alternativa a la que el turismo vierte sobre la ciudad, pero curiosamente terminamos transitando los mismos espacios y reseñando cuestiones parecidas: el valor histórico, las anécdotas, la belleza de los paisajes… ¿determinaba esto el propio espacio o quizás la mirada turística se nos impone marcando las formas como observamos?

El giro que hizo que el recorrido fuera diferente es que en esta ocasión no había ningún guía, no estaba el experto que comunicara la información “importante”, por lo que todxs hablamos compartiendo con los demás aquello que sabíamos de los espacios, convirtiendo esos lugares históricos o banales en entornos atravesados por la propia experiencia y cargados ahora a su vez por lo que se generó en este paseo compartido.

¡Gracias a todxs los que nos acompañasteis en esta exploración!

¡Nos vemos en la próxima deriva liminal!

* Las fotografías que ilustran este post han sido tomadas por Federico García y La Liminal

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