Con el fin de las vacaciones llega el tiempo de volver a lo familiar y cotidiano, a los reencuentros y a ponernos al día contándonos cómo nos ha ido el verano. Y es que las vacaciones, al igual que los viajes, no se cierran verdaderamente hasta que no se cuentan, porque es al revivirlas desde el relato cuando filtramos los posos que nos han dejado las experiencias vividas.
Pero no siempre podemos compartir inmediatamente lo vivido, a veces hacen falta otros tiempos para digerirlo y darle forma, para poder llegar a contarlo. Así nos ha pasado a nosotras con este cierre de temporada y con algunos de los proyectos en los que hemos estado inmersas estos meses previos. Por eso es ahora, tras el paréntesis veraniego, cuando os traemos esta relatoría que recoge nuestro paso por el Instituto de la Tierra.
De creación reciente, el Instituto de la Tierra se presenta como una plataforma de investigación con un enfoque transdisciplinar que pone el foco en la creación y el pensamiento en torno a la tierra. No podía ser de otra manera teniendo en cuenta el lugar que acoge el Instituto, El Planchón, una finca situada en los campos y montes del término municipal extremeño de Garvín de la Jara. Allí fuimos invitadas a desarrollar una de las residencias artísticas acogidas de primavera, compartiendo tiempos y espacio con las artistas Marta y Publio, Aicha Josefa Trinidad Gououi, con Lucía, Raúl, Juan, Amparo, y otros habitantes de paso.
Esta invitación nos permitió desplazar temporalmente nuestro campo de acción a nuestra ya querida Extremadura y trabajar con el contexto rural, un entorno al que no nos habíamos enfrentado hasta el momento. Por eso la propuesta, si bien estaba directamente conectada con nuestro trabajo, siempre vinculado con el territorio, nos confrontaba con distintos retos.
Para empezar, porque los lugares con los que hemos trabajado habitualmente han estado modulados desde los formatos que ofrece el contexto urbano, por lo que la ciudad ha sido el marco de referencia a partir del que hemos definido nuestras formas de leer el espacio. Además, en este caso no nos movíamos por un espacio público, nuestro campo habitual, sino por una finca acotada por los límites de la propiedad privada. ¿Cómo leer un lugar en el que no hay calles, plazas, nomenclatura, diseño urbanístico, sino tierra, piedras, árboles y campos, surcos y veredas? ¿Cómo interpretar un entorno natural que, en un principio, se nos presentaba como silencioso? Y también, ¿cómo acercarse a la historia de un espacio privado? ¿Dónde se encuentran ahí las huellas que nos hablan de lo colectivo?
Como arranque una idea estaba clara, tanto el contexto urbano como el rural son paisajes, y esto significa que llevan consigo toda una serie de implicaciones que van más allá de sus cualidades materiales. El paisaje es un lugar y su imagen, es sobre todo mirada, decía el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, por lo que todo paisaje es un espacio construido desde unas formas de verlo, de vivirlo y darle sentido. Así que tanto si estamos frente a un entramado de calles como ante campos y veredas, hay construcción y hay historias.
Entonces, ¿qué significados tenía El Planchón? ¿Qué personas, miradas y construcciones cargaban su espacio? Y ¿qué otros significados añadíamos nosotras con nuestra mirada como forasteras que llegaban desde la ciudad?
Desde ahí, las historias fueron desgranándose a través de textos y fotografías, encontradas en libros de la biblioteca del Planchón, en los álbumes familiares de años y años, en nuestros propios archivos. Pero también en caminatas, acompañadas de charlas o silencios, desde el estar y la convivencia. Y de esta manera fuimos pasando por una serie de enfoques progresivos a la historia de este espacio que fueron de la imagen de conjunto a la de detalle, de la historia escrita a la memoria personal, de los libros a las conversaciones, con personas de la familia del Planchón, con vecinos y vecinas de Garvín de la Jara, el pueblo más cercano, de 97 habitantes, cuyas vivencias han estado directamente conectadas con la de la finca a lo largo del tiempo.
Así saltamos primero por imágenes panorámicas de grandes relatos, el de la historia de Extremadura - la de España - presente en este lugar por su dimensión privada y su carácter de latifundio, un sistema de titularidad de la tierra, cargado de conflictos, que ha marcado este territorio y las relaciones establecidas aquí con la tierra; el de la introducción de las máquinas y las nuevas lógicas de producción globalizadas; el del marco social y político, atravesado por la dictadura y el Desarrollismo, que provocó el gran éxodo rural a las ciudades, el abandono del campo y esa profunda fractura territorial que es hoy la España vaciada.
Después llegaron esas otras historias que traían las personas vinculadas de distintas formas con El Planchón, unas que desbordaban la memoria personal y privada de los propietarios de la finca y lo conectaban con muchos otros lugares, Garvín de la Jara, Peraleda de San Román... Esas historias llevaban a releer el espacio, a volver a mirarlo desmontando la neutralidad de su paisaje, un proceso que para nosotras resultaba evidente en la ciudad pero no lo era tanto en un entorno natural. Así fueron apareciendo otras huellas en el paisaje, unas que hablaban de esas memorias de forma silenciosa pero rotunda, los campos de olivos y dehesas, la presencia del ganado, las construcciones dispersas por la finca, chozos y casas habitadas en otros tiempos por pastores, campesinos y guardeses. Todas ellas testimonios del trabajo y de presencias que han dado forma y sostenido este lugar a lo largo de generaciones.
Lo recogido en este tiempo de residencia tomó forma en un paseo por la finca, presentado en el encuentro de la Mujaawaah del Solsticio de verano, en el que buscamos poner el foco en esas otras historias, confrontar y complejizar los grandes relatos poniéndolos en diálogo con lo afectivo, pensar en otras formas de posesión de un lugar, las que se establecen al habitarlo, desde el día día, en la convivencia, desde otras lógicas que pasan por las vivencias y los cuidados, y entender la tierra como un campo de cultivo de relaciones que extienden sus hilos mucho más allá de sus delimitaciones físicas.
Esos hilos también nos alcanzaron a nosotras y nos llevaron de vuelta a la ciudad, ya que al pasear este espacio nos dimos cuenta de que estas tierras extremeñas habían estado presentes desde hace mucho tiempo en nuestros recorridos, a través de las memorias de personas que dejaron Extremadura buscando una nueva vida en Madrid, y que, al establecerse en esos barrios obreros de su periferia, tuvieron que enfrentarse muchas otras dificultadas y luchas. En sus formas de estar y vivir, de hacer comunidad en el vecindario, de solidaridad y movilización colectiva, estaba el pueblo, debajo de todo eso habían tierras como estas.
Al final la idea que basa el enfoque del Instituto, pensar sobre la tierra, nos había llevado a la raíz de esa palabra que tanto solemos utilizar: territorio. Una noción en ocasiones más vinculada a la delimitación política que a la dimensión material, más aséptica que orgánica, menos impregnada de tierra de lo que en realidad está.
Así volvemos a caminar Madrid, pensando a cada paso que bajo todo el asfalto, después de todo, no deja de estar la tierra, y nos traemos también muchas otras historias del Planchón que nos guardamos en el bolsillo porque esas, como diría Arturo Barea, son nuestras.
No podemos cerrar este texto sin dar millones de gracias al Instituto de la Tierra por acogernos, a las vecinas de Garvín de la Jara por su tiempo y sus historias, a Amparo por invitarnos, a Raúl por el acompañamiento y los cuidados, a Juan por su generosidad, y a Aisha y Lucía por la convivencia y los grandes momentos.
Fotografías de Lucci García, Alfredo Cáliz y La Liminal