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Arqueologías urbanas

Después de la pausa del verano, y la digestión del año que permiten estos meses de descanso, hacemos memoria de la última actividad con la que cerramos la temporada, un recorrido urbano, titulado Aquí había… Una ruta por la arqueología de la ciudad, en el que quisimos revisitar algunos lugares que hemos caminado en nuestros recorridos a lo largo de los ocho años de trabajo de La Liminal, pero que ya no están, porque han sucumbido a las transformaciones de la ciudad y pasado a formar parte de ese otro paisaje urbano que se construye en el recuerdo de quienes convivieron con ellos.


La ciudad está cargada de silencios, de cicatrices que nos hablan de un pasado en el que se asientan los cimientos de lo que somos ahora, y que muestran, desde una ausencia que se presenta muchas veces como el testimonio más tangible, nuestra deriva hacia nuevos modelos urbanos y formas de vida, ¿por qué es importante recordar los espacios, los usos o las personas que han habitado la ciudad y ya no están?, ¿cómo materializar y reivindicar esos lugares, historias y memorias?


Con estas preguntas nos pusimos en marcha, para recorrer varios barrios y distritos, desde Pacífico, en Retiro, hasta Legazpi, en Arganzuela, con el objetivo de conmemorar la presencia de esos vacíos urbanos, compartiendo memorias que los hilaban con nuestra experiencia, y jugando con uno de los canales que oficializan el recuerdo colectivo, las placas conmemorativas.

Comenzamos así en la calle Caridad, una calle que supuso el primer paso urbanístico para la creación del nuevo barrio de Pacífico en el Ensanche de Madrid, ya que fue la primera urbanizada con la promoción de vivienda social de la Constructora Benéfica, una iniciativa dirigida a la clase obrera que respondía a la urgencia habitacional que vivía Madrid en unos años en los que la ciudad crecía rápidamente al ritmo de sucesivas oleadas migratorias.


Con el tiempo, la desindustrialización de la zona, y el progresivo incremento del valor del terreno, los edificios fueron sustituyendo a las casas bajas, ya que la protección parcial que les daba el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid fue insuficiente para evitar su derribo. Con todo, dos de ellas resistieron, aunque por pocos años más, porque los intentos de incrementar su protección o de asegurar la conservación de sus fachadas no pudieron impedir que fueran derribadas el pasado 26 de abril por petición de una constructora.

Su desaparición supone la pérdida del rastro de las primeras viviendas sociales de Madrid y el borrado de un espacio que nos hablaba de los orígenes obreros del barrio. Nuestro homenaje nos dejaba en el aire muchas preguntas en torno a la conservación de este patrimonio vinculado con la memoria obrera y la vida cotidiana, ¿por qué se desatiende sistemáticamente su conservación, tanto en la dimensión material de sus huellas como en el relato de la ciudad?, y frente a su desaparición ¿qué tipo de resistencias al olvido podemos activar?


Nuestros pasos se dirigen ahora a uno de los corazones del barrio, los Cuarteles de Daoiz y Velarde, un impresionante complejo arquitectónico nacido de la actividad del ejército en Pacífico y del desarrollo industrial que trajo a la zona la presencia del tren. Aquí nos reciben Marta y Sene, integrantes de Súbete a la nave, movimiento vecinal que se puso en marcha en 2021 como respuesta al cierre de la nave D del complejo que tuvo lugar en 2019 con el cambio de gobierno municipal.

En Súbete a la nave resuenan los ecos de una movilización que, bajo el lema “Los cuarteles para el barrio”, luchó durante más de 30 años para evitar la especulación con los cuarteles, reclamando que sus edificios se convirtieran en dotaciones para el barrio. Así se consiguió que sus naves acogieran un polideportivo y un espacio cultural, este último en la nave D, un lugar que ha estado cargado de polémicas desde su inicio y que en este caso es el protagonista de la pérdida que sufre el barrio.


Aunque en esta ocasión, el edificio de la nave D sigue existiendo, en la práctica los vecinos y vecinas han perdido un espacio que estaba dedicado al barrio. Todo empezó en el año 2019 cuando la nueva corporación municipal decidió cerrar el espacio de la noche a la mañana alegando que necesitaba una serie de obras menores para reabrir. Ante la prolongación en el tiempo del cierre, el vecindario comienza a movilizarse y se encuentra con una opacidad absoluta que les hace temer que los planes para el espacio pasan por cambiar su uso, algo que se confirma en 2022 cuando sale a la luz el acuerdo firmado entre el Ayuntamiento y la Fundación del Teatro Real, que transforma este espacio en el Real Teatro de Retiro.


Así, un equipamiento que sigue en pie gracias a las luchas vecinales y que ha contribuido a generar un imaginario de cultura participativa en los barrios gracias a su modelo de gestión, de repente es transformado en un modelo cultural radicalmente opuesto y orientado hacia otros fines, algo que es visible no sólo en su programación y eventos sino incluso en la forma de nombrar este nuevo lugar. ¿Por qué se produce este cambio ahora? ¿Qué se busca situando una sede del Teatro Real en un barrio que, como veíamos, es de raíz obrera? ¿Por qué Teatro Real de Retiro y no de Pacífico?


Quizás la respuesta se conecta con las cuestiones que nos asaltan en la siguiente parada de nuestro recorrido, en este caso, una desaparición en toda regla que ha transformado el paisaje del barrio, eliminando fronteras físicas y simbólicas que van mucho más allá de lo evidente.


Caminar hacia el sur por este barrio suponía ir atravesando una serie de fronteras físicas muy visibles a las que popularmente siempre hemos llamado scalextric. El puente de Pedro Bosch y el de Vallecas separaban barrios y realidades, pues la frontera no era sólo física sino también simbólica y determinaba condiciones de vida que cambiaban de un lado a otro del puente.


Desde hace ya varias décadas, ha habido un debate público intenso sobre la necesidad (o no) de derribar estos puentes y esto ha llevó a proyectos esperanzadores como el de Pacífico Puente Abierto, cuyos resultados se presentaron en 2018.

Pacífico Puente Abierto, jugaba con la posibilidad de transformar el espacio a través de sus usos para que ese lugar de frontera prácticamente inhabitable que era el paso bajo el puente, fuese ganado como un espacio para el barrio. Para ello, se entendió que era fundamental contar con la participación de usuarios/as, vecinos/as y agentes sociales en el proceso de diagnóstico de necesidades y creación de la intervención en el espacio. Tras este trabajo se realizó una intervención urbana para conservar parte del uso deportivo que se daba y ampliarlo, que iba acompañado de una intervención artística que mejoraba la calidad del espacio. Pero el objetivo, o el deseo, fue siempre que el puente desapareciera y que esa frontera se borrase definitivamente, especialmente tras la transformación vivida por el barrio de Adelfas.


En el año 2022 tras producirse un concurso de ideas para la remodelación de este entorno, comienza el desmantelamiento del puente que busca reducir drásticamente el tráfico rodado y mejorar la permeabilidad peatonal entre los dos lados de las vías.


Mirar ahora al paisaje genera una sensación extraña. El impacto visual del puente ya no está, pero el protagonismo del tráfico rodado sigue siendo evidente, aunque es cierto que el barrio parece otro y que ya no se percibe la separación entre Pacífico y Adelfas, quizás esta ya no sea tan fuerte y quizás con estas operaciones que hemos ido viendo el distrito de Retiro ha dejado de ser uno de los más desiguales de la ciudad.


Si rememoramos lo que hemos caminado hasta ahora vemos que todo empieza a cobrar sentido… Entre 2015 y 2018 se ponen en marcha los proyectos del espacio cultural Daoiz y Velarde y Pacífico Puente abierto, procesos participativos que ponen a la ciudadanía en el centro y que van a formar parte importante de las transformaciones que vienen en la siguiente etapa. Pero en un período de apenas tres años cierra el espacio cultural y se aprueba el derribo de las casas de la calle Caridad, el siguiente paso es la aparición del Teatro Real Retiro y el derribo del puente. De repente todo encaja. El barrio cambia, física y simbólicamente ¿qué nuevos impactos generan estos procesos orientados a su mejora? ¿cómo se percibe este ahora en el conjunto de la ciudad? ¿este empuje del centro simbólico de la ciudad hará que veamos caer pronto el próximo puente de Vallecas?

Nosotras nos disponemos a cruzar las vías para dirigirnos a Arganzuela. Es un paseo en el que el pasado del territorio se impone y nos hace pensar en el desarrollo de la ciudad y en las profundas transformaciones que ha vivido en las últimas décadas, siempre empujadas por los cambios del modelo económico de ciudad, siempre la sombra de la ciudad como una mercancía.


En este entorno marcado por las vías nos detenemos para hablar del Espacio Ibercaja Delicias, una serie de carpas que se levantan en un terreno que quedó liberado tras la remodelación del entorno de la estación de Delicias a su cierre y que siempre ha sido objeto de controversia.


Este terreno fue durante largo tiempo un solar abandonado, algo que en gran medida se debe al cruce de competencias a la hora de darle un uso (ya que tenían que ponerse de acuerdo entes tan dispares como ADIF y el Ayuntamiento), pero que también tiene detrás la lucha incansable de los movimientos vecinales que han reclamado que ese suelo sea utilizado para instalar dotaciones para el barrio, ya que se trata de un vecindario que por su origen obrero y su rápido crecimiento, primero por el empuje del ferrocarril y luego de la industria, ha carecido de la planificación necesaria en muchos aspectos.

Tras muchas promesas de futuros usos, el asentamiento de un poblado, su desalojo y más promesas, en Agosto de 2021 se levantan las carpas que ahora dominan este paisaje para acoger el Espacio Ibercaja Delicias, un complejo de ocio y cultura que los vecinos rechazan de plano por diversas cuestiones a través de la plataforma Stop Espacio Delicias. La principal es que se ha perdido un espacio de oportunidad para enriquecer culturalmente al barrio y se ha optado por una cultura con un dimensión espectacular que viene a incrementar este tipo de equipamientos en el distrito, lo que lo convierte en un polo de atracción, generando problemas de convivencia que tienen que ver con el tráfico, la contaminación acústica, etc.


En este punto resuenan algunas transformaciones que ya hemos visto previamente y nos lleva a preguntarnos ¿para quién está pensado este modelo de cultura? ¿por qué se da tanta concentración en determinados lugares de la ciudad? ¿a qué otras formas de hacer en cultura desplaza?


Con esta última pregunta en la cabeza nos dirigimos a la que será nuestra parada final, el Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi, antigua sede del espacio EVA Arganzuela, donde charlamos con Marta y Ana Isabel, integrantes del EVA.


El movimiento ciudadano que dará lugar al EVA surge en torno a 2014 como un conjunto de movimientos vecinales, sociales y entidades ciudadanas del distrito que se puso a trabajar por la cesión de alguno de los espacios infrautilizados del barrio para convertirse en un espacio autogestionado abierto al barrio, lo que sucederá en el año 2017.


Como podemos imaginar por lo que ya llevamos caminado, esta cesión se pone en peligro unos años después y finalmente en 2021 son desalojados. En este caso, al contrario de otros que hemos visto, no parece haber una razón clara por parte del ayuntamiento, no hay un plan futuro para el Mercado de Frutas y Verduras y dos años después del desalojo (aunque ha habido muchas elucubraciones), sigue sin haberlo.

Marta y Ana Isabel nos hablan de la importancia de la organización colectiva, de movilizarnos y defender nuestros barrios para que estos respondan a las necesidades de quiénes los habitan. Esto conecta directamente con la idea de generar espacios de encuentro, lugares donde reconocerse, donde tejer objetivos comunes y trabajar por ellos, algo cada vez más difícil pues como hemos visto, las dinámicas de la ciudad buscan dinamitar estos espacios.

El paseo que os relatamos estuvo tan cargado de conversaciones, debates e intercambios, que nos resultó imposible llegar a una última parada que teníamos preparada. La última de las desapariciones que queríamos conmemorar. Sólo había que caminar unos minutos para llegar al Parque de Peñuelas, allí nos habríamos acercado a los muros en los que se realizaron una serie de murales que homenajeaban el pasado del territorio, tan vinculado al ferrocarril, la industria y la clase obrera que habitó este barrio.


Fue en mayo de 2023 cuando leímos la noticia en el periódico. Después de unos cinco años formando parte del paisaje, la mayor parte de los murales han sido borrados por operarios del ayuntamiento, en una operación de limpieza (que según transmiten buscaba borrar unos graffitis que se habían hecho encima) que, como denunciaba la Asociación Vecinal del Pasillo Verde-Imperial, eliminaba innecesariamente unos murales que recordaban el pasado reciente y la identidad del barrio. Hacía poco que nos había llegado el derribo de las Casas de la Caridad y veíamos demasiadas conexiones entre estos movimientos.


Tirando de ese hilo propusimos este recorrido, para compartir estas historias y debatir sobre cómo nos afectan estas dinámicas, pero sobre todo para pensar en formas de afrontarlas y luchar contra ellas. Creemos que a lo largo del camino surgieron muchas ideas que nos invitan a actuar, a veces desde los pequeños gestos, pero siempre desde lo colectivo y de forma incansable.


Nosotras seguiremos señalando lo que encontremos en nuestro camino, seguiremos pensando en la importancia de mantener determinadas memorias vivas que nos ayuden a reconocernos en la ciudad… y aunque sabemos que es posible que este recorrido tenga futuras ediciones con nuevos lugares borrados, esperamos que siempre vayan acompañados de historias de resistencia contra estas desapariciones y olvidos.


Fotografías de Ivana Slipakoff y Alfredo Miralles


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