La semana europea de la movilidad sostenible este año nos proponía tratar de salirnos de los marcos de reflexión tradicionales en torno a la movilidad y abrir los ojos a prácticas subversivas que ya se están produciendo en nuestras ciudades y que pueden ayudarnos a articular nuevas visiones sobre este concepto de movilidad en el espacio público.
Por lo tanto, nuestra propuesta tomó la forma de un taller que tuvo como tema central de reflexión estos hackeos de lo urbano, y qué mejor forma de hacerlo que poniendo en práctica una de estas estrategias de relectura del espacio: la deriva urbana.
La práctica de la deriva nos permite desarrollar una reflexión en colectivo a través de la observación y el conocimiento situado en el espacio, y en este caso, los alrededores de Medialab-Prado nos ofrecían un entorno rico en contrastes que nos situaba en el corazón de muchas de las cuestiones centrales de las ciudades contemporáneas.
Ya el punto de partida nos colocaba en un tipo de ciudad claramente marcada por unas dinámicas que, en el ámbito de la movilidad, privilegian el transporte motorizado, principalmente el privado, por encima de las necesidades de las personas con las que comparten espacio, imponiendo así unos ritmos marcados por la velocidad y unos usos fuertemente segregados en el espacio público.
Pero nuestro reto era pensar la movilidad desde otra óptica, e ir más allá del análisis de las diversas infraestructuras creadas por y para facilitarla y dirigirla, lo que nos planteábamos era el conjunto del espacio urbano, como un contexto que determina los modos de habitar, de movernos, nuestros ritmos vitales…
El espacio público segrega los usos y también privilegia a unos usuarios por encima de otros, y el diseño urbano está concebido en base a un individuo normativo cuyas características responden a los intereses propios de nuestro sistema productivo y social, de tal modo que la ciudad despliega toda una serie de estrategias de expulsión sobre aquellas personas que no encajan en esta normatividad. Entramos así en un terreno que va más allá de lo que la ciudad parece ofrecernos a todas y todos por igual, un terreno marcado por las subjetividades y por la experiencia vital de cada persona que va a determinar cómo nos movemos en la ciudad y cómo la vivimos.
Es desde esta perspectiva como nos planteábamos las posibilidades de hackeo, ya que no sólo nos interesaban los modos en que nos rebelamos ante las imposiciones de la ciudad, sino que también buscábamos observar las subjetividades que hay tras estas pequeñas resistencias y sobre todo, aquello que las mueve: el deseo.
Con todas estas ideas en la cabeza nos lanzamos al espacio público, a practicar la deriva en grupos con la intención de observar de una forma activa y debatir sobre cómo todo lo comentado previamente toma forma en nuestras calles.
Desde el inicio de los paseos apareció una y otra vez un tema que se presentaba como evidente en múltiples espacios: el hecho de que la ciudad determina por dónde nos movemos y cómo lo hacemos.
A partir la experiencia, en varios puntos del entorno, de no encontrar por dónde cruzar una calle y tener que caminar y caminar para llegar a un lugar en el que estuviera permitido, se hizo evidente cómo se privilegia el uso del espacio público por parte de los vehículos. Por otro lado, observamos cómo los flujos de gente son organizados en torno a una institución con una gran afluencia de personas como es el Museo del Prado, donde pudimos ser testigos del impactante momento del desalojo del espacio.
Dentro de estas dinámicas, cabe destacar el gran número de obras que estas fechas irrumpen en la ciudad y que, debido al ruido y suciedad que generan, no sólo dificultan el movimiento sino que nos obligan a acelerar nuestros ritmos para huir de las incomodidades que provocan.
También aparecieron temas inesperados, como los nuevos modelos de movilidad que se presentan como sostenibles, pues su impacto medioambiental es bajo, pero que realmente no lo son tanto si tenemos en cuenta las dinámicas que generan en la ciudad. En concreto debatíamos sobre el uso de patinetes de alquiler y sobre cómo éstos han ido conquistando diferentes espacios, ya que pueden ser depositados en cualquier lugar, algo que a menudo dificulta la movilidad de otras personas o bien el uso y disfrute de ese espacio. Además generaba bastante inquietud que tras la iniciativa hubiera una multinacional que aprovecha el hecho de que la falta de regulación al respecto permita que estos vehículos puedan circular indistintamente por la calzada y la acera. Para muchas de las personas del grupo convivir con gente que se desplaza a cierta velocidad sobre los patinetes generaba dinámicas de violencia que les hacían evitar determinadas zonas.
También pudimos observar y debatir sobre cómo la movilidad y la forma que tenemos de utilizar el espacio público están atravesadas por cuestiones de clase.
Por una parte, la estación de Atocha nos introducía en estas cuestiones, un nodo de comunicaciones con los pueblos del extrarradio de Madrid que nos permitía reflexionar sobre las implicaciones simbólicas que tiene vivir más allá del anillo de la M-40 y cómo esta barrera simbólica a nivel movilidad se traduce en transportes más lentos y tediosos para llegar al centro.
Por otra parte, al salir de la estación, enseguida encontramos un paisaje en el que el suelo estaba repleto de sábanas cargadas de toda una serie de mercancías a la venta. Llamaba la atención cómo ante esta ocupación del espacio público, que se ha convertido en una imagen cotidiana, mucha gente apenas parece ver estas sábanas y sus vendedores y tiene la capacidad de pasar por el pequeño hueco que queda entre sábana y sábana sin ni siquiera mirar a quiénes tiene a su lado. Lo que este comportamiento nos parecía señalar es una asimilación del espacio como algo inmóvil y ya establecido, cuando en realidad se trata de un paisaje que no es estático en absoluto, sino que incluso cambia varias veces a lo largo del día.
Todas estas observaciones están relacionadas con lo que nos impone la ciudad, pero nosotras queríamos observar cómo la gente se resiste a estas dinámicas y cómo genera nuevas formas de relación a través del propio deseo. Y fue sorprendente ver la gran cantidad de ejemplos que encontramos de gente que estaba trazando sus propios caminos del deseo en la ciudad, buscando una forma de hacerla más accesible y amable.
Debatimos juntas sobre muchos casos en los que las delimitaciones y los usos del espacio estaban claramente definidos, pero donde al tiempo la gente decidía saltarse las normas y apropiarse esos lugares a su manera. En este sentido quizás uno de los ejemplos más claros sucedía de nuevo en el entorno del Museo del Prado, un espacio pensado para ir de paso, donde el único lugar diseñado para sentarse es tremendamente incómodo, y en el que sin embargo vemos cómo mucha gente decide saltar por encima de estos bancos y tumbarse en el césped consiguiendo una experiencia del espacio totalmente distinta.
Como cierre hubo incluso quien quiso mirar más allá, y no sólo puso su mirada en cómo las personas desarrollamos nuestras estrategias de resistencia ante la ciudad, sino cómo la misma naturaleza libra sus pequeñas batallas contra la normativizacion del espacio.
Ha sido una experiencia muy positiva añadir a la mirada crítica sobre el paisaje, una mirada atenta a las resistencias y soluciones que se están generando constantemente a nuestro alrededor y que están transformando la ciudad. Sin duda un nuevo camino a explorar en profundidad.