Nuestro ciclo de Derivas Liminales continuó el pasado sábado con una segunda propuesta de paseo que titulamos Arqueologías de lo cotidiano. Tras nuestra primera deriva por el entorno turístico del Madrid de los Austrias, un lugar en el que la historia con mayúsculas nos rodeaba con edificios patrimoniales, grandes monumentos y la exaltación de los grandes poderes, nos fuimos a Vallecas, un contexto atravesado por todo un entramado de historias vinculadas con la vida obrera.
Lugares como Vallecas, uno de los pueblos absorbidos por Madrid en los años 50, son un claro testimonio de toda una serie de procesos sufridos por la ciudad en el camino hacia su configuración como ciudad contemporánea, y están compuestos de múltiples capas que nos hablan de cambios urbanos, de grandes y pequeñas resistencias, de marcas identitarias... En este paseo nos proponíamos ir a la búsqueda de esas capas, observar el espacio urbano como un paisaje arqueológico para acercarnos a historias tejidas desde la base, aquellos trazos que lo cotidiano deja en lo urbano.
Por este motivo quisimos empezar nuestro paseo desde el Cerro del Tío Pío, perfecto exponente de esa superposición de capas e historias. La zona alojaba a principios del siglo XX una comunidad de chabolas que más tarde fue reducida a escombros con los que se generaron los siete cerros que en la actualidad componen este parque, también conocido como las tetas de Vallecas.
Cerro del Tío Pío, Santos Yubero
Comenzar ahí nos permitió hablar de esa capa de historia obrera, de éste y otros asentamientos, y volver de alguna manera a esa vida gracias a las historias que Paloma, una paseante que había conocido el entorno en su niñez, nos contó. Nos habló de los transportes varios que había que tomar para hacer el largo viaje hacia el centro, de que muchas de las chabolas no tenían puertas, porque eran un elemento costoso que podía perderse si la chabola era derribada, algo que sucedía a menudo porque eran construcciones ilegales. En su lugar se ponían cortinas gruesas, lo que nos recordó la costumbre de verano en los pueblos de dejar las puertas abiertas y las cortinas echadas para ventilar la casa. Otras costumbres y ritmos de una comunidad que conservaba esa “vida de pueblo” tan alejada de los códigos urbanos actuales.
Hablamos también del parque, construido sobre montañas artificiales con mala calidad para el crecimiento del césped. Y Leonardo nos descubrió que el parque de Aluche tenía algunas características similares a éste.
La impresionante vista sobre Madrid nos entretuvo un rato, llevándonos a identificar edificios entre el paisaje urbano que se desplegaba a nuestros pies… el Pirulí, las Cuatro Torres, la Colonia de taxistas… pero ¿qué era aquella cúpula negra que quedaba a nuestra izquierda? La curiosidad nos llevó a convertirla en la meta de nuestro recorrido.
Hacia abajo fuimos para parar en un cruce de calles, la de Dolores Folgueras y Josefa Díaz. Es muy poco habitual que dos nombres de ciudadanas, no vírgenes ni santas, aparezcan a la vez en la nomenclatura urbana, pero Vallecas posee un gran número de calles con nombres de vecinas que pertenecían en su mayoría a las familias propietarias del terreno donde se construyeron.
También confluían ahí distintos tipos de casas, desde las de una planta a edificios de varios pisos, una diversidad de construcciones habitacionales que nos mostraba la supervivencia de otro tipo de capas en la ciudad. Y entre los negocios encontrados al paso nos detuvimos ante una tienda de reparación de máquinas de coser que nos llevó a hablar de la cultura de la reutilización de otros tiempos, de las camisas con repuesto de cuellos y puños, del reteñido de tejidos… ¿podríamos rescatar algunas de esas ideas para dar un giro a la cultura de usar y tirar que ahora nos inunda?
Pero la búsqueda de la cúpula misteriosa nos puso de nuevo en marcha, lo que nos levó a encontrarnos con el estadio del Rayo Vallecano, del que nos llamó la atención su disposición entre edificios, con el privilegio de algunos de los pisos de disfrutar de una espectacular vista del estadio, ¡palcos de excepción para ver el partido! Nos cruzamos ahora con unos punkies y esto nos recuerda que justo ese día se cierra la sala Hebe, lo que por un momento nos llevó a reorientar nuestros pasos en su busca para hacer un pequeño homenaje de despedida a una de las salas de rock míticas en Madrid.
Pasamos así del estadio a un parque, y nos detuvimos frente al monumento que acompaña la entrada de la Federación de Taxistas: un Seat 1500 levantado sobre un pilón. El pensar en la presencia de diversas comunidades profesionales en el distrito y en su perfil obrero nos llevó a hablar de la fuerte identidad de Vallecas y del orgullo de pertenencia de sus habitantes expresado por ese “Yo soy de Vallecas” que aparece en tantas conversaciones.
La marcha hacia el Hebe nos dirigía por una estrecha calle de casas bajas, pero en el camino, inesperadamente, se nos presentó a un lado la cúpula negra, nuestro objetivo inicial, no podíamos pasarlo por alto, así que cruzamos de la calle con aspecto de pequeño pueblo a un entramado de edificios compuesto por toda una sucesión de pequeñas plazas conectadas entre ellas por pasadizos.
Uno, dos, tres pasadizos y al final ¡llegamos a nuestra meta! La austera iglesia de San Francisco de Asís, dueña de la famosa cúpula, se ubicaba en una de esas pequeñas plazas entre edificios, un lugar tranquilo y soleado donde decidimos acabar nuestra deriva para dirigirnos a tomar el también famoso vermut de cierre.
En esta deriva nuestra posición desde el cerro nos ofreció como inicio esa vista de la ciudad siempre tan fascinante, asomarse a una ciudad desde la altura nos permite comprender el espacio de alguna manera, como si se desplegara un mapa ante nuestros ojos. Buscar la ubicación en ese mapa a escala real identificando edificios es uno de los juegos habituales, y en esta ocasión nos llevó a marcar el objetivo de nuestro paseo desde el principio. Pero comprender la ciudad desde la distancia es una cosa, otra distinta es comprenderla desde los pasos. Del cerro a la calle, no teníamos claro el camino pero sí el rumbo, y esto nos permitió tener que tomar menos decisiones en cuanto a nuestro movimiento espacial y detenernos con más calma en las conversaciones que surgían al hilo de los espacios que transitábamos, así que pudimos caminar y compartir al tiempo muchas historias, recuerdos, vivencias, experiencias cotidianas...
El paisaje de Vallecas nos trajo, entre muchas otras, reflexiones en torno a los modos de vida, las costumbres que perduran y las que no, los espacios que quedan y los que desaparecen, las pequeñas cosas que nos identifican o las convivencias en la ciudad.
Ya estamos deseando que llegue la próxima deriva para explorar las historias que se enredan con otros territorios..
¡Muchas gracias a lxs que nos acompañasteis y hasta la próxima Deriva Liminal!