Aun cuando nos acercamos al final de septiembre y el otoño ya se nos echa encima, nosotras andamos todavía digiriendo algunas de las experiencias de este verano, somos de combustión lenta. Y es que el cierre de agosto fue bien intenso, cargado de grandes encuentros, conversaciones y descubrimientos, que llegaron gracias a nuestro paso por las jornadas sobre mediación cultural que el Centro de Extensión del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile (Centex) celebró en su sede de Valparaíso los pasados 22, 23 y 24 de agosto.
Organizado conjuntamente por Centex y AMECUM, la Asociación de Mediadoras Culturales de Madrid, el encuentro Acción de Borde, se planteó como un intercambio en torno a la mediación artística y cultural entre diferentes profesionales que tomó forma en talleres y visitas a espacios tan diversos como el Museo de Historia Natural de Valparaíso o el Espacio Santa Ana.
Fotografía de Centex CNCA
Por nuestra parte quisimos compartir experiencias de mediación cultural en la ciudad a través de un taller en el que se que propuso a lxs participantes una exploración en grupos por el entorno del Centex. Los paseos se extendieron desde el puerto a los cerros y nos permitieron asomarnos a algunas de las múltiples caras de una ciudad compleja y caleidoscópica como es Valparaíso. Aquí os dejamos algunas pinceladas.
El primer grupo se movió por el Muelle Prat, un lugar con un fuerte peso identitario en la ciudad, generada y definida a partir de su relación con el mar. Una de las ideas más señaladas aquí fue la diversidad y la mezcla de los tránsitos de la zona. Por un lado los de los transeúntes y habitantes ocasionales del entorno, que nos hablan de las distintas lecturas y usos del lugar. Por otro, los tránsitos propios del mar, representados por las embarcaciones que allí se dan encuentro, comerciales, militares y turísticas.
El muelle, como espacio que acoge intercambios, se presenta como lugar de confluencia de todo tipo de economías, desde las informales, fruto de la supervivencia, a otras reguladas como la del turismo. A esta última, como señaló el grupo, responden los artesanos, que resisten en el puerto con la venta de souvenirs producidos según las nuevas lógicas del mercado: recuerdos del lugar hechos en su mayoría en China.
Relacionados con los movimientos específicos de una zona portuaria, el grupo encontró también hitos históricos, vinculados con el mar como escenario privilegiado de hazañas de corte colonial, militar o heroico. Porque el muelle luce numerosas placas conmemorativas y algún monumento sorprendente, como el dedicado Colón, que llamó la atención del grupo especialmente por las caras de indígenas sobre las que se erigía la figura del conquistador y que quedaban como testimonio de una conquista impuesta a golpe del sometimiento de comunidades.
A continuación del puerto se despliega la Plaza Sotomayor, espacio explorado por el segundo grupo, que decidió utilizar la geografía característica de la ciudad para observar la plaza desde dos de sus cerros emblemáticos: el Cerro Alegre y el Cerro Cordillera. Estos entornos representan dos caras contrapuestas de la ciudad: el Cerro Alegre, aquella que se quiere mostrar / explotar y que queda cargada de espacios de representatividad oficial, como el Museo Municipal de Bellas Artes de Valparaíso, o lugares destinados al ocio turístico, y el Cerro Cordillera, una zona residencial obrera, cara “no visible” en la que el cuidado de muchas de sus infraestructuras es deficiente y donde viven aquellas comunidades aun no desplazadas por el proceso de gentrificación que impacta en zonas cercanas.
De uno y otro lado el grupo se asomó desde la altura a la plaza, experimentando con esa percepción espacial tan propia de Valparaíso, cuya vida se desarrolla en una subida y bajada constante entre el plan y los cerros. Esta vista les desveló la plaza como punto de confluencia de realidades dispares, un lugar de contrastes en el que conviven edificios históricos con modernos, donde se cruzan significaciones diversas y miradas distintas (de nuevo, las de residentes y las de turistas) y en el que la eficacia del tránsito prima sobre la función de la plaza como lugar de encuentro y esparcimiento.
El quinto grupo abordó también algunas de estas cuestiones, ya que en su caso fueron al Cerro Alegre, sumergiéndose en uno de los lugares de la ciudad enfocado al turismo donde la gentrificación se siente de forma más intensa. La turistificación de la zona no solo ha propiciado la expulsión de la población local hacia otros cerros más económicos, o su adaptación estética a los códigos globales del mercado turístico, sino también la transformación de sus edificios en negocios destinados al alojamiento de turistas, la venta de souvenirs o el ocio. Como signo de la pulcritud publicitaria de la zona el grupo señaló las placas de las calles, metálicas en esta zona, mientras que en el resto de la ciudad la señalética está pintada a mano en las paredes.
El tratamiento del turismo, como uno de los grandes flujos de personas de la actualidad se confrontó aquí con otro tipo de movimientos humanos: el de las migraciones. Porque uno de los edificios emblemáticos del lugar, el Palacio Baburizza, propiedad de un emigrante yugoslavo adinerado cuya nacionalidad da también nombre al paseo, hablaba de la importancia que la inmigración había tenido en la configuración de Valparaíso y cómo ciertos grupos migrantes, de origen europeo y asociados con un alto estatus social, siguen teniendo una huella en la ciudad y son vinculados con áreas de prestigio. Por el contrario, nuevas oleadas de inmigrantes, de orígenes menos privilegiados, son recibidas de forma muy distinta, siendo estigmatizadas y desplazadas a zonas marginales.
Frente a estas áreas transformadas recientemente por la incursión de nuevos modelos económicos y nuevos tránsitos humanos, el tercer grupo se dirigió a los orígenes de Valparaíso: la Matriz, la iglesia más antigua de la ciudad. Un edificio con un nombre significativo en el que se podían encontrar resonancias de otras palabras vinculadas con la idea del nacimiento (madre, útero, comienzo, tejido…). La propia configuración del entorno de la iglesia, situada en una zona elevada en terrazas, llevaba al grupo a entenderla físicamente como el punto de partida, el centro de toda una serie de ondas expansivas a partir de las que Valparaíso había ido creciendo sin una planificación clara, con la espontaneidad y el pulso orgánico que define esta ciudad.
Para este grupo, lo que empezó siendo una exploración centrada en aspectos del patrimonio material de la zona, terminó derivando hacia el encuentro con los habitantes del lugar en el momento en que fueron dando espacio a esos descubrimientos accidentales y fortuitos que se producen en las calles: frases captadas al vuelo (“El pobre que se hace rico olvida donde vivió”), intercambios espontáneos... Y con este giro en su observación el grupo se lanzó a hablar con algunos de los tenderos de la zona, con los que el registro en fotografías quedó insuficiente y fueron necesarios los vídeos para captar unas conversaciones que ponían en valor otro de los grandes patrimonios de la zona: el del tejido social, la memoria popular y la experiencia humana.
También en estas cuestiones de patrimonio simbólico e inmaterial se enfocó el cuarto grupo, quienes exploraron otro de los entornos de fuerte raigambre popular en Valparaíso, la Plaza Echaurren, una plaza en la que se encuentran algunos grandes hitos populares, como la estatua del cantor Jorge Farias o el Bar Liberty, el más antiguo de la ciudad, pero que al tiempo está marcada por la estigmatización, la marginalidad y el abandono institucional.
Este abandono queda patente en la presencia de varias ruinas que perduran como vestigio de los incendios, tan habituales en la ciudad. Uno de los incendios, y sonada catástrofe de la zona, tuvo lugar en la cercana calle Serrano, donde en la actualidad se encuentra lo que en Chile llaman una animita, pequeñas capillas de autoconstrucción levantadas por iniciativa popular en lugares donde se han sufrido pérdidas humanas de forma accidental. El de la calle Serrano llama la atención por su tamaño, su cuidado, y especialmente por la frase que lo corona: “Valparaíso Humanidad del Patrimonio”. Una declaración que propició la reflexión final del grupo y colofón del taller: la animita podía verse como una expresión del alter-monumento, como conmemoración que surge no desde un dictado oficial, sino desde la espontaneidad de unos habitantes que reclaman su capacidad para apropiarse y resignificar el espacio poniendo en primer lugar el valor de lo humano. Precisamente ésta era una de las búsquedas esenciales de esta propuesta.
Con esto (y mucho más) nos quedamos, agradeciendo sobre todo a lxs compañerxs del taller la compañía, la riqueza de sus paseos y sus reflexiones. Y nos despedimos por ahora, con más ganas aun de continuar explorando nuestros entornos cotidianos desde esas otras miradas que nos cambian de lugar, nos agitan y nos ponen en marcha, ¡seguimos!